La líder de los comunes, Jéssica Albiach, sentada en su escaño mientras el presidente Aragonès y la consellera Mas entraban este miércoles en el hemiciclo
18/03/2024
3 min

Estos días, después de la convocatoria electoral, periodistas y spin doctors debaten sobre qué partido político ha estado más acertado tácticamente. Como si hablaran de fútbol. Como si la astucia o el timing fuesen los valores centrales de la gestión pública. Resulta algo decepcionante. Ya entiendo que este tipo de análisis resultan atractivos para los aficionados, pero una mirada un poco más elevada por parte de todo el mundo pondría el foco en algo que no admite debate y que tiene mucha más trascendencia para los ciudadanos: ni Barcelona, ​​ni Cataluña ni España tendrán presupuestos este 2024.

En el caso catalán, la situación no podría resultar más inoportuna: la Generalitat tenía más dinero que nunca por gastar, más urgencias que nunca por abordar, y la funesta perspectiva de un cambio en las reglas fiscales europeas que hará que los presupuestos del 2025 –si nunca salen adelante– sean bastante más restrictivos. La aprobación de las cuentas elaboradas por la consellera Natàlia Mas habría sido buena para el país. Las quejas de los sindicatos, el tercer sector, los maestros, los sanitarios o el mundo de la cultura, por decir sólo algunos de los damnificados, han sido severas y comprensibles. Ningún razonamiento de tipo táctico o electoralista justifica esta irresponsabilidad. Y aquí los grandes señalados son los comunes (lo hizo el sábado Ignasi Aragay en un lúcido artículo) pero casi todos los partidos tienen su parte de culpa. Aunque es una evidencia de que Pedro Sánchez y Pere Aragonès habrían preferido tener un año por delante con los presupuestos aprobados.

La única buena noticia de la convocatoria electoral es el previsible regreso de Carles Puigdemont a la arena política. Es bueno que vuelva (como Comín, Rovira y Puig) por una simple cuestión de justicia, aunque lo que sería justo de verdad es que quienes, a diferencia de Puigdemont, pasaron tres años en prisión a causa del Proceso, como Junqueras, Romeva y Turull, también recuperaran el derecho a ser elegidos. Pero más allá de eso, es evidente que Puigdemont, sacralizado por los suyos, demonizado por más de medio España, necesita convertirse en un político “normal”, que pugne en la arena política como los demás, que nos explique lo que piensa del Hard Rock o del impuesto de sucesiones, de si mantendrá el diálogo con el PSOE o levantará la suspensión de la DUI, como decía todavía –no hace tanto– en octubre del 2022; todo ello, sin el aura de mesías o de demonio que unos y otros han querido colgarle. Lo necesita el país, para empezar a alejarse de la dinámica manicomial de la España mediática. Lo necesita el independentismo, si realmente queremos hacer un reset que nos aleje del fiasco del 2017. Y también lo necesita Junts para acabar de definir los contornos de su proyecto.

Por lo demás, no creo que el resultado electoral suponga ningún salto adelante ni atrás, ningún volantazo ni ninguna aceleración histórica. ERC venderá responsabilidad, el PSC orden, y Junts Puigdemont como símbolo. Los tres, o al menos dos de ellos, tendrán que entenderse, tanto aquí como en Madrid. Por tanto, unos y otros tendrán que modular sus filias y fobias, compartir terreno de juego, porque los tres juntos forman el retrato robot más aproximado de la Cataluña real. Un retrato en el que no faltará una pincelada de ultraderecha, quizás también con VO catalana. No es lo que quisiéramos ver en el espejo, pero es lo que hay. Por suerte, las circunstancias, incluso las más instaladas, caducan un día u otro.

Eso sí: los que gobiernen, tendrán que hacerlo con menos dinero. Qué remedio.

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