¿Cuánto va a durar el nuevo oasis catalán?
Los primeros seis meses de Salvador Illa como presidente de la Generalitat han estado marcados por una estabilidad aparente pese a la precariedad de su mayoría parlamentaria. Sin capacidad para aprobar los presupuestos de 2025 ni una agenda legislativa clara, su gobierno se encuentra en una situación aritmética idéntica a la que tenía el gobierno republicano de Pere Aragonès, pero Isla y el PSC han logrado fijar un relato de gobernabilidad que les permite avanzar sin una oposición contundente ni una movilización social destacada.
Uno de los hechos más sorprendentes de estos primeros meses de mandato es la pacificación de los sectores que, hasta hace poco, mostraban un constante malestar con las políticas del gobierno. Los sindicatos de educación, con USTEC a la cabeza, han dejado de anunciar movilizaciones; los colectivos sanitarios han reducido su grado de protesta, y los campesinos, que en otros momentos han protagonizado importantes movilizaciones, dan un voto de confianza a las promesas gubernamentales. Esta calma repentina convierte a Catalunya en una suerte de oasis político donde nadie se siente especialmente incómodo con la gestión del ejecutivo socialista.
Uno de los elementos que contribuyen a este escenario de tranquilidad es la complicidad institucional de la que disfruta Salvador Illa. Gobernar con el apoyo de la mayoría de ayuntamientos, especialmente en el área metropolitana de Barcelona, le da una notable fuerza política. Además, la conexión directa con el gobierno de Pedro Sánchez le permite tener un acceso directo a recursos y apoyos estatales, situación más favorable que la que ha tenido cualquier otro presidente de la Generalitat en las últimas décadas. Esto le permite esquivar conflictos, apagar fuegos antes de que estallen y consolidar una imagen de estabilidad que gusta a la mayoría de ciudadanos.
Sin embargo, Salvador Illa no es percibido como un dirigente que transmita liderazgo ni el Govern destaca por medidas de impacto. Su estrategia comunicativa se basa en una presencia constante en el debate político, con frecuentes intervenciones y un discurso pragmático que conecta con buena parte de la sociedad, que acusa a un profundo agotamiento de la política. Sin estridencias ni grandes gesticulaciones, Illa ha logrado proyectar una imagen de normalidad que, de momento, parece jugar a su favor.
Ahora bien, este escenario casi idílico podría empezar a tambalear si se produce un cambio en la Moncloa. La dependencia del PSC de la continuidad de Pedro Sánchez parece evidente, y cualquier alteración en ese equilibrio político podría poner en cuestión la estabilidad del gobierno catalán. Sin embargo, el PSC nunca ha escondido su agenda, claramente enfocada a presentar Catalunya más como una comunidad autónoma que como una nación, un enfoque que cuenta con el apoyo de un sector importante del electorado.
Actualmente, a diferencia de lo ocurrido durante años, el foco de la política catalana ya no se encuentra en Barcelona, sino en Madrid. El eje central de la legislatura pasa por el Congreso de los Diputados, donde los partidos independentistas tienen una posición determinante en la gobernabilidad española, lo que ha desviado la atención de los debates estrictamente catalanes y ha ayudado a Isla a gobernar sin una oposición fuerte que le exija gran cosa.
Esta ausencia de presión explica que nadie reproche al gobierno socialista la falta de unos presupuestos para el 2025 y que nadie se haya preguntado dónde y con qué dinero se harán los 20 pisos nuevos diarios, contando sábados y domingos, para llegar a los 50.000 pisos prometidos para el año 2030. en otros momentos, permiten que el PSC pueda ir ganando partidos sin tener que descender del autobús.
Mientras en Catalunya se gobierna sin ruido, en Madrid todo es pirotecnia, gesticulación y crispación. A nadie le interesa que el gobierno de Pedro Sánchez vaya por el pedregal porque la alternativa de un gobierno de la derecha y la extrema derecha no gusta a nadie. Cada votación se plantea como una caja o faja de la legislatura española, pero da la impresión de que a la hora de la verdad nadie está interesado en romper la vajilla. Ni los partidos catalanes y vascos, ni Sumar, que aunque no lo parezca es el socio de gobierno del PSOE, pueden ver ninguna virtud en herir de muerte a una legislatura donde todo parece instrumental y donde se hacen más cálculos que política.