

1. Si hablamos en términos de interés general, parece evidente que sería el momento de reconstruir el contrato social en el contexto de la transformación digital y climática. Y sin embargo las cosas van por el camino contrario. El espectáculo Trump es transparente. Nadie puede declarar ignorancia: la extrema derecha, capitalizando el malestar de la ciudadanía, se ofrece a los nuevos poderes económicos que emanan de la digitalización del mundo para gobernar de forma autoritaria –al margen de los valores democráticos– unas sociedades en fase de pérdida de referencias. Y con una inequívoca voluntad de intervenir por todas partes, como demuestra la esperpéntica propuesta de que Estados Unidos ocupe Gaza para hacer un destino turístico. La pérdida de noción de límites es el punto de partida de todo proyecto totalitario. La impunidad con la que se expresa podría hacer pensar que es un delirio propio de un ruido destinado a irse apagando. Pero la realidad es que la ola reaccionaria se expande por toda Europa. Y cada día gana espacio en reconocimiento y complicidades.
El comunicado final del encuentro de Patriots que ha reunido en Madrid a las cabezas visibles de la extrema derecha europea es inequívoco. ¿Objetivo? Terminar con la dictadura global de la Unión Europea que "pisa la soberanía, impone la ideología woke, unos impuestos confiscatorios y el fanatismo climático". Una declaración de principios que no tiene pérdida: tan previsible –esta gente son de piñón fijo y no tienen imaginación para la sorpresa– como inquietante. Aquí los tenemos: luciendo su soberbia en medio del silencio clamoroso de las derechas liberal-conservadoras, cada vez más tapadas. manifiestos– que están seduciendo sus propias parroquias. Abascal exhibiéndose con las principales figuras europeas de esta guerra y el PP en silencio con la inseguridad de lo que teme quedar en evidencia y se siente sin fuerzas para marcar distancias, en la medida en que depende de su compañía para gobernar en España.
Feijóo, en lugar de marcar perfil propio y transmitir sensación de solvencia (dejando claro que será Vox quien deberá someterse al PP y no viceversa), sigue con su cantinela de bromitas y reproches contra Sánchez, sin la mínima señal de responder al desafío reaccionario. De modo que la única verdad sustanciada es que ya son socios. Y lo que parece relevante es que siente así (y es perfectamente predecible que lo seguirá siendo) Feijóo no marque él el camino y deje que Abascal se desbrabe con toda impunidad.
2. Por defecto, la discreción de Feijóo confirma que cuenta con Vox, y que no está en condiciones de poner precio a la hipotética alianza, es Abascal el que marcará las exigencias. Y por el momento no se está de nada: radicalización y marco europeo como espacio existencial. Pero esa actitud adaptativa de la derecha tiene un alto riesgo. Como ya se está viendo en los países del entorno: el miedo a la derecha a molestar a la extrema derecha, la renuncia a marcar distancias y plantar cara, a demostrar que no les hace ninguna falta y que sin ella gobernarían mejor, contribuye a reforzarla. Y tenemos a la vista flagrantes ejemplos del precio que tiene no combatirla. En Francia, sin ir muy lejos, RN (Reagrupament Nacional) lleva ya tiempo superando las derechas tradicionales y ha enviado a Macron al rincón de un largo final de mandato que dependerá de los cálculos de Marine Le Pen.
Siempre hay una esperanza, que es la natural tendencia de estos grupos extremistas de perderse en las batallas internas. Y de hecho, Abascal es superviviente de una fuga de cargos significativos, que, de momento, ha quedado sin efectos visibles. En los sistemas autoritarios, las purgas forman parte de los placeres de los líderes intocables.
En todo caso, la derecha española –como la mayoría de las derechas– está ahora mismo condicionada por Vox, partido con el que deberá acomodarse. Y no le será fácil. Porque la alianza con Vox hace imposible poder contar con el apoyo de los partidos intermedios –Juntos y el PNV– y porque con Feijóo a la defensiva, evitando mojarse más de la cuenta para salvar los votos que se le pueden escapar por cada lado, podría ser Vox el que acabara montando a caballo del PP. Es en el signo del tiempo.