

Se acaba en marzo y el martes comienza en abril, el de las aguas mil, que dicen los castellanos, aunque las aguas ya han caído en marzo. Abril es un mes un poco agitado, porque suele haber la Semana Santa, con todo lo que esto significa de tradiciones y de memoria. Y para los catalanes, los días de Sant Jordi y de la Moreneta, los patrones. Sant Jordi, con su ebullición comercial y floral, libros y rosas, y la Moreneta, que mosén Cinto llamó rosa de abril. Este año, Semana Santa viene tarde, por lo que los patrones de Cataluña vienen enseguida, una vez las celebraciones litúrgicas de la Pasión de Cristo y su resurrección ya habrán pasado. Un grupo de días fuera de la corriente. Como el tiempo está tan cambiado como el mundo entero, no sabemos si lloverá o no por Sant Jordi, si la incierta gloria shakespeariana producirá un día soleado o lluvioso. Ya ocurrió hace unos años, que una lluvia violenta inundó puestos y libros y escritores y editores. Y yo me mojé como un pato. No sabemos nada. Pero le da igual. Que Cataluña tenga un Sant Jordi remojado no debe enturbiar por nada la fiesta, porque la fiesta se lleva dentro. Bueno, no crean que yo sea un fan del día, y menos en los últimos años, que se ha comercializado de forma exagerada. Hace medio siglo, cuando tenía treinta añitos, era una fiesta que podía hacerme ilusión, pero ahora ya no. La literatura ha desaparecido prácticamente y hemos pasado a los libros de autoayuda ya las novelitas inconsistentes.
El mundo va por caminos pedregosos e inciertos, es verdad, y no sabemos qué pasará ni en Ucrania ni en Gaza, ni en Groenlandia, no sabemos si los locos que gobiernan el mundo, Trump, Musk, Putin y Netanyahu, entre otros, nos llevarán a un callejón sin, con todo ello. La gente se muere sin parar en Ucrania y en Gaza, y los políticos dicen que están en contra de la guerra pero no paran de armarse, fabricar armas y venderlas. Ahora el armamento se llama seguridad. Yo sólo estoy seguro de algo: el dinero seguirá gobernando el mundo cuando los locos que ahora mandan hayan desaparecido para siempre. Porque vendrán otros.
No sé cómo será esta primavera que apenas hemos empezado. De hecho, si quieren que se lo diga, no es la estación del año que más me guste. Más quiero el otoño y el invierno. La primavera es insegura, frágil. A veces tarda. Otros enseguida se hincha como un mayo esplendoroso que se pudre sin que te des cuenta. Abril es de una fragilidad sorprendente, algo muy desagradable. Se rompe como un espárrago de margen, pierde rápidamente el florecimiento, como las acacias y los manzanos del poema de Carner. O como los espinos del torrente o el mirto, que pierde la flor en un suspiro. Todo se desliza dentro del invisible río por donde van a la sonrisa de Dios las primaveras muertas. En todo lo que en este mundo acaba mal, Carner, que era un buen chico, sabe ver la cara buena. Los mirlos y las cardinas que no habrán nacido porque sus nidos les han descabellado las garras de las milanas o los vientos arremorados, vivirán en esta sonrisa de Dios. Y de las bellotas caídas en caminos trillados, aplastadas, nacerán unas encinas más bellas que las del mundo. Hay que tener un alma muy refinada, esperanzada y bondadosa para creer que todas las criaturas que se mueren indefensas en Gaza y en Ucrania, todas las criaturas que no tendrán ninguna vida humana, aunque sea en una tierra miserable y devastada, todas estas criaturas que son como bellotas aplastadas, crecerán y crecerán. Y es que las criaturas mueren, mueren sus cuerpos, pero las almas no mueren. Si Dios existe, las almas que Él ha creado no mueren nunca, viven en esta sonrisa. Todas estas cosas, todos estos misterios, ahora vienen los días que debemos meditarlos. Sobre todo lo más sorprendente de todos y lo más increíble, el de la Resurrección de Cristo. Porque, como escribió san Pablo, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Reviviremos todo esto en este abril tan frágil: los ramos del domingo, la cena del jueves, la traición del huerto de los Olivos, el encarcelamiento y el juicio, la flagelación y la corona de espinas, las manos de Ponç Pilato, las lágrimas amargas de san Pedro, la subida al Calvar de esperanza, los soldados, los dados sobre la túnica inconsútil de Jesús. Y José de Arimatea, con su sábana blanca. Y María y Juan y el sepulcro vacío…