

Termina marzo, un mes cada vez más marcado por el día 8, el Día de las Mujeres. Y no me extraña que sea así, porque decididamente es necesario reivindicar más la igualdad y la justicia. Por eso yo no quiero dejar escapar en marzo sin hablar de ello, y hacerlo de forma combinada con los datos, que son claves tanto para entender el mundo como para tomar decisiones. De esto hablamos en la jornada del Open Data Day 2025, organizada por la Iniciativa Barcelona Open Data, y centrada en la tecnología de datos abiertos a favor de los derechos de las mujeres. Hablamos de códigos, cifras, palabras, algoritmos y portales web. Pero sobre todo hablamos de poder. Cada bit, cada estadística, cada conjunto de información lleva inscrita una mirada, y esa mirada determina qué se visualiza y qué se queda en la sombra, o incluso qué se queda en el olvido. Si las mujeres no participamos en la creación, análisis y aplicación de estos datos, la revolución digital transmitirá los propios sesgos de desigualdad de nuestra realidad, actual y pasada. Espero que no de la futura.
La jornada empezó con una verdad incómoda: la desinformación es un veneno, pero los datos abiertos pueden ser su antídoto. Lourdes Muñoz, directora de Barcelona Open Data, lo dejó claro: en un mundo en el que el 73% de las personas excluidas digitalmente son mujeres (según la ONU), abrir datos sin perspectiva de género es cómo construir casas sin techo. Es inútil. Porque si los datos no se desagregan por sexo, las desigualdades se vuelven invisibles, se diluyen en grandes categorías como "ciudadanía" o "usuarios", y entonces las políticas públicas siguen navegando a ciegas.
Durante las mesas redondas, un mismo hilo invisible tejía el debate: la carencia de datos sobre mujeres es, en sí misma, una mácula inaceptable que nos deja mal parados como sociedad. Esta ceguera hace que las desigualdades se naturalicen, parece que no existan. Y es que los datos abiertos no son sólo transparencia, sino también memoria. En estos momentos, Wikipedia, pese a tener casi la mitad (49%) de lectoras, contiene menos del 20% de biografías femeninas y, además, sólo el 13% de los editores son mujeres. Por tanto, no se trata sólo de abrir datos, sino de concebirlos, diseñarlos. Y de interpretarlas, claro, con gafas sin sesgos machistas.
Los datos son poder, y quien controla el poder controla el relato. La pregunta, pues, es sencilla: ¿Queremos una sociedad en la que las mujeres sean sujetas u objetos de los datos? Depende de todos y todas nosotros inyectar ética, diversidad y memoria. Porque los datos abiertos solos no cambian nada. Las personas, sí. Y son las personas con gafas igualitarias –las que llenan huecos de datos, las que editan Wikipedia, las que exigen estadísticas con nombre de mujer– las que están reescribiendo las reglas. Como remachó Lourdes Muñoz: "No se trata de contar a mujeres, sino que los datos cuenten para las mujeres". Un reto colosal, pero necesario para una democracia verdaderamente inclusiva.