Por qué embarranca la financiación singular

Monedas de uno y dos euros.
22/07/2025
Periodista, Profesor de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna URL
3 min

En política, tener la razón no garantiza ganar una determinada batalla. En su momento el independentismo pudo constatarlo amargamente. Se pecó de ingenuidad. En el caso de la nueva financiación se confirma, como se ha confirmado una y otra vez, que tener la razón, defender una causa justa, apenas tiene incidencia en el resultado final, ya que los adversarios no están dispuestos a tenerlo en consideración. Más bien al contrario: muchas veces les impele combatir con más ímpetu la reclamación.

El compromiso sobre una nueva financiación, arrancado por ERC a Pedro Sánchez a cambio de la investidura de Isla, es, de todo el ramo de pactos cerrados por el independentismo con Sánchez, sin duda lo más importante. Lo que más puede mejorar la vida cotidiana del catalán callejero, de todos los catalanes. Por eso resulta tan decepcionante que en esta cuestión —a diferencia de otras en las que se ha avanzado poco a poco, pero se ha avanzado— la Moncloa haya dado un paso atrás y se haya desdicho de lo firmado el año pasado. Si antes quien debía recaudar y controlar el dinero era la Generalitat, ahora lo harán ambas administraciones. Si antes se aceptaba el principio de ordinalidad, ahora se presenta como un mero desiderátum de los catalanes. La ordinalidad, ahora desterrada, es clave, dado que, en la práctica, supondría reducir drásticamente y poner un tope en el déficit fiscal gigante de Catalunya. Impedería que, debido al reparto, algunas de las autonomías que aportan dinero, como es el caso, se vean superadas en recursos por otras que antes se encontraban detrás de él.

Cuando se cerró el acuerdo que convirtió a Isla en presidente se vino a decir que Catalunya, si bien no tendría un modelo como el del País Vasco o Navarra, sí dispondría de un modelo "singular". Pero ahora el gobierno español asegura que lo que habrá es un modelo singular, pero para todos –extrapolable, generalizable–, como si esto no fuera una escandalosa contradicción. La consejera de Economía y Finanzas, Alícia Romero, ha celebrado lo que será, dice ahora, "un modelo con visión federal".

Que Sánchez abriera la puerta a una nueva financiación fue fruto de la estricta aplicación de ese principio suyo que aboga por "hacer de la necesidad, virtud". No nace, por tanto, del convencimiento. No nace de la voluntad de "hacer de la virtud, virtud". Las reacciones contrarias a una reforma de la financiación —la actual hace once años que caducó— han sido arrebatadas y coléricas, aunque nadie sabe cómo será. Empezando por Ayuso, que alertó de que la unidad de España salta por los aires, y continuando por Feijóo, que amenazó con derogarla cuando él gobierne. Igualmente ha ocurrido desde las filas del PSOE, donde el malestar es evidente. El declarado enemigo interno de Sánchez, el presidente de Castilla-La Mancha, ha expresado lo que otros muchos socialistas piensan y callan, es decir, que cambiar la financiación es atentar contra la igualdad entre españoles. Anteriormente, García-Page había formulado la siguiente sentencia, que refleja una determinada idea de España: "La riqueza de Catalunya no es los catalanes, es de todos". (Para añadir otra pega, resulta que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, será la candidata del PSOE en Andalucía el próximo año).

Todas estas reacciones, evidentemente, no se producirían si Cataluña no contribuyera exageradamente a financiar el sistema. Por eso mismo, exactamente por eso, se rechaza que se produzca cualquier modificación. Nadie quiere que Catalunya pueda poner menos dinero sobre la mesa. Como habrá notado el amable lector, estamos hablando sobre todo de intereses -territoriales, partidistas- y de cuál es la fuerza política de cada uno. No de quien tiene o no tiene razón. De qué es y no es justo.

Hay un par más de factores que juegan también en contra y que hacen ilusoria una reforma como la que Catalunya quisiera y le convendría. Uno es que Sánchez se ha dado cuenta de que ERC no tiene fuerza suficiente, y que, si bien puede causarle problemas, no participará en una moción de censura contra él. El segundo tiene que ver con la política española, absolutamente polarizada, envenenada, violenta. Nos encontramos metidos en una espiral tóxica que erosiona la democracia y en la que, episodio tras episodio, escándalo tras escándalo, quien más gana es Vox. En un contexto así resulta imposible argumentar, presentar razones, llegar a cualquier compromiso. No puede hacerse política, en el sentido honorable del término. Todo es salvaje y emocional. Feijóo, pese a que sabe que Catalunya merece otra financiación, no se sentará, pues, a hablar de nada. De hecho, incluso ha evitado insinuar una propuesta propia. Por el contrario, utilizará todos los mecanismos de que dispone, que son muchísimos, para continuar el combate a muerte contra Sánchez. Lo único que cuenta para los populares, como para todos, es hacer al adversario lo menos posible.

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