El enemigo público número 1
Es el más poderoso y el más peligroso. Es el enemigo público mundial núm. 1. Sus actuaciones, sus ideas retro y sus actitudes infatuadas son un guantazo a la Humanidad, y más en concreto a lo que hemos convenido en llamar Occidente democrático. Si ya habíamos perdido la fe en el progreso general (moral y factual), ahora, por obra y gracia suya, no es que ya no progresemos, es que estamos yendo hacia atrás a marchas forzadas. A caballo entre la frivolidad y el cinismo, ha puesto al mundo a circular colectivamente contra dirección, y a toda velocidad, por la autopista de la Historia. Le gustan las emociones fuertes, los volantazos, los rivales duros, los poderosos implacables. Desprecia a los perdedores, a los que no se arriesgan, a los que se muestran débiles. Es el que mejor se aprovecha de la era de la indignación, el nihilismo y el tribalismo.
Ya sabéis de quién hablo, claro: del ínclito e insufrible Donald Trump. Es alguien que me repugna más que una cucaracha. La cuidadora de mi suegra diría que tiene el alma negra. Es un ser humano con cero empatía con los vulnerables. Un desalmado que hace gala de su vileza, que obscenamente exhibe una autoatribuida y patética superioridad. Al grito de "Niño, ¡no hagas un Trump!", en los hogares y las escuelas se lo debería poner como ejemplo a los niños de todo lo que no deben ser, de todo lo que no deben hacer: nada de chulería de patio de escuela, nada de veneno verborreico, un poco de compasión...
Es el enemigo público núm. 1 de la lucha contra el cambio climático (ha decretado volver a la era del petróleo), es el enemigo público núm. 1 del Me Too feminista (tiene una primera dama florero y un historial de abuso con mujeres), es el enemigo público núm. 1 de la democracia estadounidense (la está carcomiendo impunemente desde dentro: ¿ya no recordamos que hizo asaltar el Capitolio?), es el enemigo público núm. 1 de la cultura y la educación (ha abierto una cruzada contra la academia, desprecia el saber y propugna una educación básica adoctrinadora y antipluralista), fue el enemigo público núm. 1 de la lucha contra el covid ("Se irá en abril, cuando llegue el calor", aseguraba frívolamente), es el enemigo público núm. 1 del liberalismo económico (se ha convertido en un proteccionista nacionalista furibundo), es el enemigo público núm. 1 de la meritocracia (impide a conciencia una igualdad de oportunidades que haga posible que todo el mundo pueda desarrollar su talento), es el enemigo público núm. 1 de la diplomacia y la justicia internacionales (practica el retorno a la ley del más fuerte, está minando la ONU y toda la arquitectura construida a su alrededor en el siglo XX para combatir el peligro nuclear, la espiral bélica y los autoritarismos genocidas), es el enemigo público núm. 1 de Europa (siente un indisimulado desprecio por el Viejo Continente, demasiado culto y civilizado, demasiado universalista; sin pudor ni filtros, está promocionando a la ultraderecha europea), es el enemigo público núm. 1 del humanismo cristiano (se llena la boca de Dios y actúa endiabladamente contra los débiles y los diferentes), es el enemigo público núm. 1 de la nación de inmigrantes que preside (practica una cacería del inmigrante que va contra la esencia y el éxito de EE.UU., contra su capacidad de atraer talento y de dar oportunidades).
Ya sé qué me dirán algunos: "Pero la gente lo ha votado". Sí, ¿y qué? Esto no hace menos grave el personaje ni su capacidad de destrucción política y social. Los alemanes también votaron a Hitler. Cada época crea sus monstruos. En el siglo XX tuvimos a los asesinos de masas Hitler y Stalin. Ahora tenemos a Trump y sus colegas Netanyahu y Putin –con este segundo tiene una especie de amor-odio que ya veremos cómo acaba–. Si en el siglo XX Estados Unidos se afirmó como imperio de la libertad contra la dictadura comunista de la URSS, ahora Trump está cambiando el guion al ver que el enemigo es una China que ha saltado del comunismo al capitalismo autoritario y que se está haciendo dueña y señora del comercio global. ¿Cuál es la respuesta de Trump? Boicotear el comercio con la guerra de los aranceles y preparar internamente a Estados Unidos con un régimen menos democrático que se rija, como China, a toque de pito desde un superpoder centralizado, desde un liderazgo fuerte, el suyo.