De la epopeya a la farsa

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De la epopeya a la farsa

Carles Puigdemont puede estar agradecido a los disturbios de la derecha y la ultraderecha en las siempre animadas noches madrileñas. Esa escenificación le salva el relato; la realidad, sin embargo, está impresa en tinta, en las cuatro hojas del acuerdo firmado por Santos Cerdán y Jordi Turull, sin fotos ni sonrisas, y dice que Junts, después de cuatro años defendiendo la confrontación y acusando de entreguismo a sus teóricos compañeros de viaje, ha decidido ahora investir a Pedro Sánchez a cambio de una amnistía que ya estaba pactada, con el aditivo de una referencia a los casos de lawfare, que es oportuna pero que difícilmente tendrá traducción práctica. Y ya está. El resto es una simple enumeración de desacuerdos, y no va más allá de admitir que el conflicto catalán tiene que resolverse por vías políticas, algo que ya figuraba en el acuerdo del PSOE y ERC (¡no el de ahora, sino el de 2020!). El marco para debatir estas diferencias será –nunca lo diríais– una mesa de diálogo. Otra mesa. He aquí lo que algunos analistas han definido como el "giro copernicano" del PSOE.

Pedro Sánchez se ha tragado un sapo, pero Puigdemont no solo ha tenido que comerse cuatro años de retórica combativa, llena de reproches y maniqueísmo, sino que ahora, cuando ha decidido aterrizar en el prosaico territorio de la negociación, lo ha hecho con muy poca maña, alimentando la expectativa de un compromiso histórico mientras ERC se apropiaba de casi todos los premios tangibles (amnistía, Cercanías, inversiones, condonación de la deuda). Una semana después, con una demora impostada, que muchos pensábamos que quizá escondía un as inesperado, nos encontramos con que el acuerdo suscrito por Junts se basa en el desacuerdo. No es un compromiso "histórico", ni "inédito", ni "se cobra por adelantado". Eso sí: hay una mención al Decreto de Nueva Planta. ¿Jugada maestra? "No es día para hablar de expectativas", dijo Puigdemont al anunciar el pacto. Luego, en X (antiguo Twitter), se permitió el enésimo reproche a ERC, citando a Espriu: “Deixar de ser aquell gos mesell que llepava l’aspra mà que l’ha fermat tant de temps...”

En Catalunya, el tono de epopeya de Puigdemont y sus altavoces no ha surtido efecto alguno. En Junts nadie ha dicho ni pío, salvo Clara Ponsatí, implacable pero coherente. Todo el mundo tiene claro que los ex convergents han recorrido el mismo camino que previamente siguió ERC. Pero ya sabemos que la figura de Puigdemont tiene la virtud de abrir la caja de los truenos en España, un país donde se mezcla el orgullo herido de 1898 con la llamarada de una ultraderecha tan peculiar que tiene más fobia a los catalanes que a los inmigrantes. A mí las lágrimas de cocodrilo de los españoles humillados me dan vergüenza ajena, como siempre que los opresores se victimizan. ¿Humillación? Humillación la nuestra, que después de tanta represión apenas hemos conseguido volver a la casilla de 2010. Es la revuelta cayetana y la injerencia judicial, más chapucera que nunca, lo que debería humillar a los españoles, si se consideraran demócratas.

La teatralización de la política convierte la epopeya en farsa. Pero las farsas duran lo que duran. Luego vuelve la realidad. Y la nueva realidad es que Junts y ERC ya no se pelearán por ver quién tiene la estelada más larga, sino por obtener más y mejores réditos de su alianza coyuntural con el PSOE. Esta revisión de discurso y objetivos es imprescindible: mientras la independencia no llegue, es necesario que el independentismo sea útil. La coincidencia estratégica en el campo soberanista puede servir a este objetivo.

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