Errores: las palabras y los hechos

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cardo
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1. Credibilidad. Cuando el presidente Sánchez o el candidato Illa dicen que “en Catalunya todos hemos cometido errores”, podemos tener el prejuicio favorable de ver buena intención, pero si ha de ser un argumento para otorgar credibilidad a sus intenciones tendrían que ser capaces de explicarse sobre estos errores. Y no son difíciles de señalar. Unos serán más subjetivos: no haber anticipado el proceso soberanista, haber negado la evidencia creyendo que el independentismo se autodestruiría como anuncian desde hace 10 años portavoces y afines, o no haber tenido el coraje de jugar la carta del referéndum, que, a tiempo, muy probablemente habría sido favorable a sus intereses, pero que en la cultura de la corte estaba en el ámbito de lo impensable. Otros serán más objetivos: haber acompañado a Rajoy en el proceso de judicialización del conflicto dando por buenos los argumentos sobre los cuales se construyó y validando todas las actuaciones represivas, a pesar de los efectos que ha tenido de deterioro de la democracia española, con el poder judicial a caballo entre el ejecutivo y del legislativo. Ni siquiera han tenido la sensibilidad de considerar excesiva la actuación policial del 1 de Octubre.

Si lo que Sánchez e Illa quieren decir es que, a diferencia de la derecha, que solo piensa en términos de victoria y derrota, están dispuestos a devolver el conflicto a la vía política de donde no tenía que haber salido nunca, es difícil recuperar la confianza sin un mínimo de reconocimiento de lo que no tenía que haber pasado.

Los dos dirigentes socialistas tienen además una posición –el gobierno español y la mayoría parlamentaria- que, si bien les impide, por razón de Estado, hacer examen de los errores cometidos, les da la posibilidad de pasar de los discursos a los hechos y activar las medidas que pueden facilitar la entrada en un nuevo tiempo en el que cada cual deje trabajar respetuosamente la palabra del otro. Pero siempre encuentran un motivo para aplazar la única promesa concreta: el indulto.

2. Imposibilidad. Asimismo, en el otro lado, el lado independentista, sería hora también de hacer un reconocimiento propio de errores si se quiere dejar atrás la etapa de confrontación desigual que ha llevado al callejón sin salida actual. Es un ejercicio que la ciudadanía ya ha hecho: la inviabilidad de la vía unilateral está muy extendida en la opinión pública. Los costes de no haberse sabido parar a tiempo en 2017 son bastante evidentes porque cada día son menos los que creen en ella.

Reconocerlo, explicar que se quisieron forzar las cosas de forma que rebasaban las posibilidades reales, es casi redundante. Pero tendría sentido que alguien lo dijera, porque seguir por el camino contrario solo es garantía de perder credibilidad. Cuando Laura Borràs dice que hará efectiva la no nata declaración de independencia si el independentismo suma el 50 por ciento de los votos sabe perfectamente que no es más que un brindis para movilizar a los más fieles, consciente de que su partido se lo juega todo a una carta, porque si pierde la presidencia le será muy difícil mantener la cohesión de un grupo hecho por aluvión que junta desde el neoliberalismo más primario a sectores de la izquierda tradicional, pasando por toda la gama de los nacionalismos ex convergentes.

La escena pública está siempre dominada por el uso privado que cada cual hace de la razón en función de un cargo o de unos intereses propios. Es el discurso de los que no dicen lo que piensan sino aquello que les han dicho que tenían que decir. Lo notamos siempre cuando los partidos se baten en una campaña electoral o en el Parlament. No tiene nada que ver con la verdad, todo es el interés del grupo. Aun así, si es de intereses -que de eso saben y entienden-, que hagan de la necesidad virtud: si todos juntos fueran capaces de encontrar un punto de acuerdo –sin miedo a enfrentar la embestida de la derecha española- quizás todo el mundo saldría ganando, a la larga (Catalunya y España). Otra cosa es que esta hipótesis resulte inaceptable para los que juegan a buenos y malos, los que llevan la verdad de grupo (la creencia) más allá del propio interés, sin importarles aparentemente el coste que pueda tener, o simplemente que apuestan por elo que ahora mismo es imposible con la impunidad que les da saber que no pasará.

Josep Ramoneda es filósofo

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