Si el sistema de tarifa única para el área metropolitana de Barcelona que se puso en marcha hace dos décadas, con un billete integrado y una zonificación por coronas concéntricas, fue una revolución que supuso una clara mejora para el usuario, lo mismo tenía que significar la T-Mobilitat, un proyecto que data de hace una década y que ha ido sufriendo continuos aplazamientos y un gasto millonario no previsto. Los primeros pasos efectivos para ponerla en marcha datan de 2012. A las puertas de 2022, todavía está todo en el aire.
El coste de la operación, que como es consabido tiene un componente tecnológico capital, inicialmente se cifraba en 58 millones de euros y ahora ya sube a 95 millones, informes aparte. Por lo tanto, el proyecto, con el cúmulo de retrasos, que ya de por si suponen un fracaso, y con las supuestas mejoras, se ha incrementado en 37 millones. Lo peor, además, es que nadie parece asumir las responsabilidades de este fiasco, que se ha acabado de visibilizar cuando este mes la web que se abrió a los ciudadanos y que tenía que permitir solicitar el nuevo título en pruebas dejó al descubierto los datos de miles de usuarios y tuvo que cerrar en menos de 48 horas. Ha sido la gota que ha hecho colmar el vaso, o que lo tendría que haber hecho colmar, porque la realidad es que el rendimiento de cuentas ante la ciudadanía brilla por su ausencia. Las administraciones públicas implicadas (Generalitat, Àrea Metropolitana de Barcelona, Associació de Municipis per la Mobilitat i el Transport Urbà y operadores públicos del transporte) y la UTE de empresas SOC Mobilitat (formada básicamente por La Caixa, Indra, Fujitsu y Moventia), lejos de dar explicaciones, más bien se han dedicado a echarse las culpas o a ponerse de perfil mientras la pelota se iba haciendo grande.
Sin duda, ha faltado liderazgo político y técnico. Las cosas no se han hecho como se debía. La colaboración público-privada no ha funcionado bien. Y, a pesar de todo, a pesar de una gestión errática, a pesar de un gasto muy superior al previsto y a pesar de la poca transparencia sobre las particularidades y cambios en el proyecto, replanteárselo todo es hoy inviable por los nuevos costes y nuevos atrasos que supondría. Por lo tanto, toca tirar la T-Mobilitat adelante de una vez por todas con las bases actuales. Eso sí, a partir de ahora sin sombras ni sorpresas: explicando con todos los detalles qué proceso se seguirá. No se trata de pasar página, sino de mostrar las páginas y de imprimir velocidad y solvencia a un proyecto que hasta ahora ha avanzado con exasperante lentitud y con una palmaria ineficacia.
La T-Mobilitat no se puede hacer esperar más. Barcelona y su área metropolitana han quedado claramente atrasadas respecto a muchas urbes del entorno en su apuesta para modernizar el sistema tarifario del transporte público, un cambio que persigue como objetivo que los usuarios puedan viajar de una vez sin cartón, con tecnología digital recargable -cosa que tiene que ayudar a rebajar el fraude- y haciéndolo en función de los desplazamientos y del uso. Después de todo lo que ha pasado, hace falta un compromiso claro con la ciudadanía.