Otro fracaso de la política

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Una mujer ante una pantalla donde se proyecta el momento en que Marina Ovsyannikova aparece a la televisión pública rusa para protestar contra la guerra de Putin.

Estos días se han cumplido dos años desde que un virus paralizó el mundo. El virus todavía sigue ahí y el mundo parece permanentemente paralizado en unas dinámicas tan poco imaginativas que si lo pintáramos en blanco y negro lo distinguiríamos por la ropa y poca cosa más. Por si fuera poco, después de una lluvia necesaria pero escasa, ha llegado el polvo que empeora el aire y que ensucia la nieve. Y hemos sustituido la angustia de quedarnos sin papel de váter por la de quedarnos sin aceite. Cocináis demasiados fritos, aviso. Han pasado dos años y el arcoíris lo continuamos pintando. Al óleo, también. Saldremos de esta, seguro. La pregunta es: ¿por qué puerta? 

La política cada día nos ayuda menos. ¿Quién la hace? ¿Se hace? Mal que nos pese, y pesa, se tiene que hacer. Pero la guerra es otro fracaso de la política. Y hemos normalizado que nadie dimita y ni siquiera pida disculpas por hacer tan mal un trabajo bien pagado. A mí me parece bien que todos los trabajos estén muy bien pagadas, conste. Sobre todo si se trabaja. Lo que es indecente es la desproporción y el valor monetario que se está dando a la mediocridad. Que altos cargos no tengan vergüenza de proponer soluciones entre cínicas y banales es casi tan desesperante como verlos aferrados a unas sillas vacías de ideologías y llenas de réditos. Que los bandos se dividan en buenos y malos como en un cuento infantil es tan grave como este disparate de satanizar la cultura rusa, como si no nos hubiera aportado todos los placeres y los dolores que nos regalan tantas otras culturas. ¿Hemos renunciado a la cultura norteamericana en algún momento, por ejemplo? ¿Hemos tenido motivos? Es un buen momento para dejar de hacer el ridículo. Que siempre quedará alguien para hacerlo. No suframos por eso.  

En Rusia hay una falta de derechos considerable, como ya sabíamos. Por eso es de un valor innegable el gesto de la periodista Marina Ovsiannikova saliendo con un cartel contra la guerra en las noticias de la televisión estatal. Impresiona mucho. Como el valor que tienen todas las personas que luchan por la libertad de expresión allí donde es sancionada con penas altísimas típicas de regímenes autoritarios. Necesitamos estos ejemplos, estas valentías. En Rusia no se admiten las disidencias. Lo veíamos y lo estamos viendo. En Polonia (donde por cierto y también desde hace tiempo los derechos, especialmente los de las mujeres, son cada vez más limitados) han retenido ilegalmente al periodista Pablo González acusándolo de espía y todavía no se ha hecho un eco lo suficientemente escandaloso ni se han tomado medidas sancionadoras contra esta negligencia democrática, que no tiene nada que ver con si es espía o no. Tampoco hemos visto medidas en la represión española contra las críticas legítimas a la monarquía o contra los independentistas y sus derechos a manifestarse. Hay personas que piensan que una cosa no es comparable con otra porque una guerra es lo peor que puede pasar. Pero las guerras empiezan en países en paz. Y siempre hay demasiadas manos manchadas de sangre. 

Han pasado dos años desde que un virus puso en peligro toda la población mundial. En aquel momento pareció que lo que se priorizaba era salvar vidas. O, en todo caso, conseguir que el sistema no se desbordara del todo. Pero suponemos que entonces las vidas valían algo. Ahora, en cambio, pasados los meses, ya se pueden volver a destrozar con un misil. Lo lance quién lo lance. Siempre caen sobre los mismos. La pandemia barrió muchos temas debajo de la alfombra. Ahora se acumulan todavía más con la guerra. Nunca acabamos de deshacernos de ellos. Ni de saber si serviremos más vivos o muertos.  

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