El fútbol y el mundo que viene

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1. Impacto. Si, como decía Manuel Vázquez Montalbán, España es la Liga de fútbol y la Guardia Civil, parece que el edificio se tambalea, después del anuncio de una Superliga europea, con liderazgo del Real Madrid y del Barça. La apuesta ha irritado a los gobernantes que esperan el día que su selección gane algo para dar saltitos en la tribuna del estadio y hacer metalenguaje sobre el orgullo nacional. Y Macron, afecto al Olympique de Marsella, ha sido especialmente beligerante.

Que en España el fútbol ha arrastrado siempre el lastre de su largo trayecto dentro de la dictadura franquista, cuando se consagró la rivalidad Barça-Madrid, es una evidencia. Basta con ver el carácter opaco y las personalidades siniestras que lo han gobernado en los últimos tiempos, con figuras como Ángel María Villar (no hace falta hablar del invisible presidente actual de la federación) o el inefable Javier Tebas. Pero ciertamente el fútbol ha alimentado algunas ficciones: la del mérito (estiloso eufemismo del talonario), la de la posibilidad de que David gane a Goliat y la del poder de la palabra de los aficionados. Como estamos en el terreno de las creencias, con que la gente lo compre, basta. ¿Lo seguirá comprando si la competencia se desplaza afuera y en cada casa solo queda un campeonato de los restos? ¿Se mantendrá la tensión y la atención si los partidos de máxima rivalidad se multiplican y pierden carácter excepcional?

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid e impulsor de la Superliga, en el estadio de La Romareda, en enero de 2020.

Lo mejor que he leído hasta ahora sobre este episodio son las palabras de Rummenigge que Toni Padilla ha traído a estas páginas: “Más bien, todos los clubes de Europa tendrían que trabajar de manera solidaria para garantizar que la estructura de costes, especialmente los salarios de los jugadores y los honorarios de los agentes, se ajuste a los ingresos para que todo el fútbol europeo sea más racional”. Los actuales gobernantes –FIFA, UEFA y federaciones nacionales– no solo han sido incapaces de afrontar este problema sino que son directamente cómplices de la situación. ¿Hay que esperar que esto cambie por esta fuga a gran escala? Solo los que creen en la racionalidad del capitalismo especulativo se lo pueden imaginar.

2. Vamos por partes. Ciertamente ha habido cambios estructurales a las sociedades europeas desde que se configuró el fútbol tal como se ha entendido hasta ahora. De golpe nos damos cuenta que los países europeos, uno por uno, son poca cosa. ¿La Liga europea como un primer paso hacia una cohesión más grande de Europa? Este podría ser un argumento para los que creen en las virtudes comunitaristas del fútbol: se empieza por la Liga europea y se acaba en la elección de un presidente por sufragio universal. Me parece que no es exactamente este el objetivo de sus promotores, que buscan simplemente un espacio económico más grande para explotar su producto. Pero el negocio está en las bajas pasiones. Y Europa ¿es un espacio lo bastante homogéneo para tejer poderosas rivalidades transnacionales?

Un problema capital del fútbol es que con el afán de obtener dinero sin reducir costes se multiplican los partidos hasta el infinito, con lo cual hay una pérdida de interés por la rutina y por la pérdida de calidad del fútbol que comportan las consecuencias físicas –y la multiplicación de lesiones– de un calendario tan apretujado. Y las audiencias bajan. ¿La Superliga resolverá esto?

Que la escala europea es nuestro futuro en todos los ámbitos no lo dudo, y que las dinámicas que superan fronteras son positivas me parece evidente. Pero este salto responde en buena parte a una dinámica económica que es global y brutalmente selectiva, que en todos los ámbitos aleja a la ciudadanía de las decisiones y del control de las cosas. Algunos dirigentes, con poder y ambición, se apuntan. Los signos de los tiempos van a su favor. No me extraña que algunas voces, sensibles a una idea mitificada del fútbol pero con luces para ver ninguna donde va el mundo, hayan optado ya por la melancolía. Corto y claro: la pérdida de peso de la ciudadanía es el gran problema en un mundo en pocas manos. Y ya es curioso que haga falta el fútbol para que algunos se den cuenta.

Josep Ramoneda es filósofo.

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