Podemos ganar / Ni un paso atrás

3 min
Carla Simón

Podemos ganar 

“Los productos en catalán no tienen por qué ser necesariamente perdedores”. Esta frase le había oído decir en más de una ocasión a Joaquim Maria Puyal cuando sus narraciones de los partidos del Barça eran imprescindibles. Él hablaba en términos cuantitativos. La calidad, la daba por descontada. El liderazgo de Tv3 durante doce años consecutivos es una muestra de cómo la lengua catalana no es ningún lastre. El millón y medio de personas que cada día escuchamos radio generalista en catalán –entre RAC1 y Catalunya Ràdio– es otra prueba de que la lengua, si el trabajo está bien hecho, no limita. Ahora bien, mientras triunfar en catalán en Catalunya es –a pesar de los discursos apocalípticos– un hecho natural y lógico que se repite en la radio, en la tele o en la literatura, salir al mundo y recibir el reconocimiento por un producto hecho en catalán todavía es noticia y motivo de semáforo verde. En este sentido, que la directora de cine Carla Simón opte a ganar el Oso de Oro de la Berlinale merece un aplauso que ella no busca. La gracia es, precisamente, que Simón no hace la película para salvar la lengua, ni para buscar el elogio de sus conciudadanos, ni por pretensiones de ningún tipo. Alcarràs es en catalán como lo era Verano 1993 porque es, sencillamente, su lengua y, sobre todo, el idioma de los protagonistas de la historia. Ella sabe hacer, como tantos maestros de la narrativa –y también de la narrativa audiovisual– que el hecho más local se vuelva el más universal. Y uno de los éxitos de una directora con tantísimo talento como Carla Simón es arrancar de una historia pequeña, hacerla crecer y que emocione aquí, en Salamanca, en Berlín o en Melbourne. El mejor servicio a una lengua –que España continúa impidiendo que sea oficial en Europa– es mostrarse al mundo, con normalidad, utilidad y eficacia. Dejar de llorar, tender a la excelencia, producir en catalán y conseguir que las películas se defiendan por sí solas, al margen de cómo hablen los actores. Como dice Enric Gomà en un nuevo libro-manifiesto que hay que leer: Prou catastrofismes lingüístics. Podemos ganar. 

Roberta Metsola, la nueva presidenta del Parlamento Europeo

Ni un paso atrás

En la historia del Parlamento Europeo nunca había muerto su presidente en ejercicio del cargo. La defunción de David Sassoli ha provocado que la cámara de Estrasburgo tuviera que votar su relevo de forma ligeramente apresurada. De hecho, al inicio de la novena legislatura, los tres grandes partidos del hemiciclo –socialistas, populares y liberales– ya habían pactado que a medio mandato una persona del ala conservadora cogería las riendas. Mercadeo democrático, es decir, política. La escogida ha sido Roberta Metsola, de 43 años. El titular de su elección es que la maltesa es tan solo la tercera mujer en presidir la Eurocámara en sesenta años de historia. El subtítulo, que es donde a menudo se esconden las grandes verdades, es más descorazonador. Metsola, que representa un país donde todavía se penaliza el aborto, ha votado en diferentes ocasiones en contra de los derechos de reproducción de la mujer. En pleno siglo XXI, que una mujer europea nacida en 1979 todavía mantenga estos postulados y ostente un cargo de tanta responsabilidad dice muy poco del Europarlamento. Al contrario, dice mucho. Habla de lo escalofriante que pinta el futuro. Hitos logrados a base de años de lucha y de esfuerzo, que parecían definitivos, se empiezan a tambalear. Los vientos retrógrados de Estados Unidos llegan aquí con demasiada fuerza. En su discurso de investidura, Metsola garantizó que lucharía por los derechos de las mujeres pero nadie se fía mucho. Emmanuel Macron, que estuvo en Estrasburgo para un “rendez-vous” con la nueva presidenta, sorprendió a todo el mundo con una petición explícita: que la Carta de los Derechos de la Unión Europea reconozca el derecho al aborto. Era un mensaje para Metsola, pero a nadie se le escapa que Macron ahora habla en clave de campaña de las elecciones presidenciales francesas y que el aborto vuelve a ser un tema que lo diferencia de la ultraderecha y de lo que hay más allá de la ultraderecha. Lo que es grave, en 2022, es que esta todavía sea una cuestión que dé o reste votos.

stats