

Pedro Sánchez ha decidido recordarnos que el general Franco falleció hace 50 años. Lo ha hecho, de forma solemne, para celebrar la democracia y las "cinco décadas de libertad". Ya sabemos que las conmemoraciones históricas son siempre un arma política y que, al salir del ámbito historiográfico, se analizan de forma presentista. Es normal y, si se realiza con medida, incluso saludable. Ahora bien: por lo general, los gobernantes suelen ser respetuosos con el calendario. Faltan 10 meses para que se cumpla la efeméride. Y además, el 20-N no fue precisamente una proeza colectiva, no tuvo la épica de un 2 de mayo madrileño o de un 11 de septiembre barcelonés. Fue la muerte de un abuelo en la cama, algo natural –el hecho biológico, cómo se llamaba entonces– que demuestra que la dictadura franquista era un régimen fuertemente instalado y que en España había más franquistas pasivos que opositores activos al régimen, aunque ahora todo el mundo diga que ese día brindó con champán. El cincuentenario de la muerte de Franco debería ser recordado sobre todo por los franquistas, porque fue un éxito personal del dictador, despedido además con todos los honores y muestras masivas de luto.
Si el gobierno español quiere celebrar la democracia, debería tener algo de paciencia. En 1975 España no era un país democrático ni en el caparazón ni en la yema, con la notable excepción de Cataluña y el País Vasco. Tras la muerte de Franco, nos comimos con patatas a su sucesor nombrado a dedo, Juan Carlos I, y antes de que llegara la democracia plena hubo que desmontar el régimen franquista pieza a pieza, desde dentro, sin estridencias y sin ajustar cuentas , gracias a la tutela de los militares y los jueces. Las primeras elecciones fueron en 1977, y no fueron del todo democráticas, porque algunos partidos todavía no eran legales (como ERC) y porque 40 senadores eran designados directamente por el rey. Después se aprobó la Constitución de 1978, que como todo el mundo sabe sigue vigente a pesar de que la mayor parte de los que la votaron ya no están. Por tanto, una conmemoración comme il faut de la Transición hacia la democracia española, si es que debe celebrarse, debería esperar todavía dos o tres años.
El problema es que el calendario histórico no se ajusta a la agenda de Pedro Sánchez, que es un presentista radical, y con razón, porque su inestable mayoría le impide realizar planes a largo plazo. Y ahora le va de perlas sacar la figura de Franco, que es su comodín (ya lo ha sacado varias veces) para incomodar al PP y alinearle con Vox, mientras el PSOE se presenta, una vez más, como el dique de contención contra el auge renovado de la extrema derecha. El problema –para ellos– es que esta vez también ha incomodado al rey Felipe, al que no hace especial ilusión recordar el pecado original de la dinastía que encarna.
Preparémonos, porque los años que vienen están llenos de cincuentenarios (coronación de Juan Carlos I, nombramiento de Adolfo Suárez, amnistía, elecciones, Constitución, ayuntamientos democráticos). Y en Catalunya, con un gobierno tan tarradellista como tenemos, no vamos a escapar de rememorar la vuelta del presidente exiliado (me refiero a Tarradellas, claro). Por lo menos será una ocasión para recordar que el autogobierno catalán es anterior a la Constitución española.
Sin embargo, este 2025 nos comeremos un centenar de actos en los que la única noticia será si el PP va o no va, porque el hecho de que se recuerda ya nos lo sabemos: el general Franco is still dead (continúa muerte). Lo dijo durante muchas semanas el gran Chevy Chase en el informativo satírico del Saturday night live, el emblemático show televisivo que este año celebra –nunca lo diría– 50 años de existencia. He aquí una verdadera efeméride.