BarcelonaTodas las encuestas, incluida la del CIS, vaticinan una amplia victoria de la derecha en las elecciones andaluzas del 19 de junio. Se trata de un cambio de paradigma que entierra cuatro décadas de hegemonía socialista y que reafirma que la victoria del 2018 no fue un accidente, sino el inicio de una nueva etapa histórica de giro a la derecha. Y si bien nadie duda de que la candidatura de Juan Manuel Moreno Bonilla, con un discurso moderado y centrista, será la más votada, queda por resolver si quedará en manos de la extrema derecha de Vox o si podrá gobernar en solitario.
Se trata de dos escenarios muy diferentes. En uno, el del gobierno en solitario del PP, Moreno Bonilla podrá mantener políticas continuistas (incluso de la etapa socialista) sin tocar consensos básicos de la sociedad, como por ejemplo la existencia de una violencia contra las mujeres de carácter machista. El segundo escenario, el de un gobierno de coalición con Macarena Olona de vicepresidenta, se configura como una auténtica pesadilla para Moreno Bonilla, que incluso ha flirteado con la idea de una repetición de las elecciones. No hay que decir que cualquier solución sería mejor que permitir la presencia de una fanática extremista como Olona en el gobierno de la comunidad autónoma más poblada de España, incluso una abstención del PSOE en la investidura.
Ahora bien, si se confirman los resultados de las encuestas, la izquierda andaluza, y en especial el PSOE, está obligada a hacer un ejercicio de autocrítica muy profundo. Lo cierto es que los socialistas no han sido capaces de explicar en Andalucía ni siquiera los aciertos del gobierno español durante la pandemia, como por ejemplo los ERTE o la distribución de vacunas, y han dejado que el PP les quite la bandera del andalucismo. ¿Y qué se puede decir del desbarajuste de la izquierda a la izquierda del PSOE, dividida y enfrentada en luchas cainitas que solo entienden ellos?
Una gran victoria de Moreno Bonilla supondría también una victoria de las tesis de Alberto Núñez Feijóo ante su principal adversaria dentro del partido, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, partidaria de mimetizarse con Vox y competir con la extrema derecha en el ámbito ideológico. Aun así, y si hacemos caso de las últimas palabras de Feijóo sobre el catalán, se demuestra que el anticatalanismo es una señal de identidad de la derecha española, desde los más moderados hasta los más radicales.
En la Moncloa están muy preocupados porque temen que una gran victoria de la derecha en Andalucía provocará un efecto bola de nieve de cara a las municipales y autonómicas del año que viene. Y no les falta razón. Pero como decíamos, todo dependerá de si Moreno Bonilla puede gobernar en solitario o no. Vox ya ha dejado claro que no votará a favor de la investidura si no les dejan entrar en el ejecutivo y, obviamente, pueden imponer algunas de sus políticas. En este caso, tanto Moreno Bonilla cómo Núñez Feijóo tendrán que afrontar un dilema que decidirá el rumbo de su partido y, de rebote, el de la política española. Abrir las puertas de la Junta a Macarena Olona puede ser un error fatal para la sociedad andaluza y también para el PP.