La gran batalla de la investidura... y del Estado

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Son días de gran complejidad para los políticos. También son días en los que todo el mundo se siente implicado en lo que los políticos están negociando, porque todo es excepcional. Lo cierto es que, desde el inicio del Proceso, cada convocatoria electoral en las Cortes Generales ha sido complicada –ha habido dos repeticiones electorales–, y también lo han sido las elecciones catalanas. La gran diferencia es que, desde 2010, es la primera vez que los partidos de obediencia catalana pueden condicionar, a su favor, la política española. Esto está provocando el terremoto que todos vemos en la derecha española, que es la que más se define por su carácter nacionalista dominante.

Navegar estas aguas tormentosas no es tarea fácil para los dirigentes políticos. Estamos viendo resistencias a los cambios tanto en algunos sectores del PSOE como en todo el PP y Vox, pero parece bastante evidente que las resistencias son de orden muy distinto. Esto justifica aprovechar a fondo y de la mejor forma posible la disponibilidad del PSOE a negociar. La derecha y la extrema derecha españolas, en cambio, quisieran que no hubiera ninguna negociación con quienes llaman “separatistas” y que las negociaciones sólo se produjeran entre los partidos de obediencia “española”. Estamos viendo el choque, recurrente en la historia reciente y en la remota, entre la pulsión centralizadora y uniformista y la sensibilidad abierta a la diversidad nacional aunque no sea por convicción sino porque es indispensable si se quiere gobernar España. Desafortunadamente, descubrimos que cada vez que se intenta negociar con la pluralidad nacional, la derecha y la extrema derecha se sienten y ejercen de propietarias del Estado y no están dispuestas a ceder ni un pedazo.

Bien, no es exactamente así. Conviene recordar alguna ocasión en la que los representantes de la derecha española han considerado normal y admisible negociar con el "separatismo". La más importante y cercana fue cuando se firmó el Pacto del Majestic, en 1996, cuando Aznar necesitó el apoyo de los diputados de CiU para poder ser investido presidente del gobierno español. En esa ocasión, el PP y Aznar, con plena convicción de ser los representantes legítimos y dueños del Estado, estuvieron dispuestos a ceder en todas direcciones. Las cesiones de Aznar fueron históricas, y el PSOE nunca las habría hecho, aunque convendría profundizar en el porqué. El PP aceptó importantes transferencias en materia de despliegue de los Mossos. Aceptó eliminar el servicio militar obligatorio. Aceptó mejoras en la financiación autonómica. Aceptó un generoso apoyo económico al fomento del catalán. También aceptó facilitar a CiU la gobernanza de la Generalitat. El conjunto de las cesiones serían vistas actualmente, por la derecha y la extrema derecha, como una humillación insoportable ante el "separatismo" catalán.

¿Por qué entonces fue posible y ahora les parece inadmisible? La explicación radica en que PP y Aznar querían controlar al Estado a cualquier precio para poder hacer lo que empezaron a hacer en el 2000, cuando finalmente obtuvieron la mayoría absoluta. Era lo que llamaron "el cierre de la Constitución", el eufemismo utilizado para "desmontar la Constitución". Quisieron parecer nacionalmente inofensivos y comprensivos con las peticiones catalanas, una obra maestra del travestismo político. Gracias a ello consiguieron desmovilizar el voto anti-PP y ganar por mayoría absoluta las elecciones del año 2000, lo que les dio carta blanca para emprender el desmontaje constitucional.

¿Logrará Pedro Sánchez conformar una legislatura con una mayoría de fuerzas plurales pese a la existencia de un sector significativo –PP y Vox– que controla al Estado y es completamente hostil a sus planes? Se ve que no están seguros. Las esencias del estado español han cambiado poco en los últimos casi 50 años, pero los ciudadanos españoles han cambiado mucho y afortunadamente esto no tiene vuelta atrás.

Hoy, los partidos tradicionalmente estatales ya no podrán dejar de contar con la diversidad de los grupos políticos existentes porque difícilmente obtendrán las mayorías absolutas que quisieran. Por tanto, cualquiera que quiera gobernar debe adquirir la convicción real de que tendrá que negociar con otros parámetros, llegar a nuevos consensos y, sobre todo, renovar un envejecido coraje. Quizá sólo así se llegue a producir una verdadera transición en España. Mientras, tiene mucho mérito cada acuerdo alcanzado y cada acuerdo que consigan los partidos de obediencia estrictamente catalana con Pedro Sánchez.

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