Delante de La Puntual, la mercería del señor Esteve, estaba el cuartel, y por las ventanas del segundo piso "se veía limpiar cananas, machetas y herramientas de hacer daño". Poco que se lo podía pensar Santiago Rusiñol cuando describía con ironía aquella "jaula espaciosa" y el día a día de los soldados a qué nivel llegaríamos en eso de crear "herramientas de dañar". La carrera armamentista ha ido en paralelo al progreso industrial y tecnológico. Hubo un tiempo en el que las voces del pacifismo se oían y eran escuchadas con respeto porque después de las dos grandes catástrofes europeas, las guerras mundiales, no querer guerras ni armas con las que practicarlas parecía la más sensata de las opciones. canales de difusión masiva Desde que los ministerios de Guerra pasaron a llamarse de Defensa que no cantamos la canción del añorado Carlos Zapatero: "No me pegues, no he nacido por militar". En la misma época, cuando yo iba el instituto, El Último de la Fila emocionaba a quienes no sabíamos nada, de la guerra, con el "soldado Adrián" que escribía a su amada Milagros desde el frente. Los chicos de mi generación debían ser los últimos en hacer la mili, y mucho antes de que les tocara cumplir con el servicio, cuando todavía hacíamos EGB o los primeros cursos de BUP, hacían pintadas expresando su insumisión o su objeción de conciencia . Quizás éramos más pacifistas cuando el ejército no era profesional y podía tocarte a ti tener que ir a matar por no estar muerto o tenías un novio, un hijo, un hermano que debía pasar por la instrucción obligatoria. Que la "defensa" no aparezca en los medios, no sea objeto de debate y lo que nos gastamos los ciudadanos sea un tema caracterizado por la opacidad hacen más difícil que tengamos una visión crítica del crecimiento exponencial del militarismo.
El caso es que las "herramientas de hacer daño" hoy en día son de una precisión tecnológica estremecedora. Permiten, por ejemplo, que un francotirador israelí apunte al cuello de un periodista, justo en el punto mortal que no cubre el chaleco antibalas, en lo que es una decapitación a distancia y sin más gasto que el proyectil que sale de la máquina letal. Una bala que podría ser española según informes del Centre Delàs. Balas que también matan a niños y bebés y médicos ya todo tipo de personas que no han cometido otro delito que el de haber nacido en el mismo territorio que sus antepasados. Y que tienen la mala suerte de molestar al repugnante colonialismo sionista. Pero sea en Gaza o Ucrania, Yemen o Sudán, el hecho es que el desarrollo de instrumentos destinados a aniquilar a otros seres humanos ha alcanzado cotas máximas tanto en términos cuantitativos como "cualitativos". Para validar y normalizar esta locura insensata y nihilista se difunden infinidad de discursos para domesticar el grito de "no en la guerra" de las personas razonables que nos oponemos a la cultura del belicismo. Desde el "Si quieres la paz, prepárate para la guerra" hasta relatos terroríficos sobre la potencia de Putin (que no digo que no la tenga, pero de momento debe recurrir a soldados extranjeros para seguir sosteniendo sus ataques a Ucrania). En los medios de gran difusión abundan los argumentarios a favor del aumento del gasto militar, y quien se atreva a cuestionarlos se arriesga a ser ridiculizado por naïf. Parece que queramos volver a creer en la épica de la guerra, difundida también de forma masiva a través de la cultura (un ensayo imprescindible sobre la relación entre conflictos bélicos y cultura es el de Antonio Monegal: El silencio de la guerra). Y nos piden que les creamos cuando nos dicen que deben fabricarse más y más "herramientas de hacer daño" para tenerlas y no utilizarlas.