Huesos leyendo libros

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Más huesos que nunca en el Pirineo

Le oí a una mujer de Bressui. Cuento que ya está muerta. Desdentada y con piel de piedra. Son de esas historias que brotan después de un silencio que de tanto que se estira sólo puede romper el mundo. Nos dijo que quizás no nos lo creeríamos, pero que hubo un día en que el pueblo hacía una fiesta mayor preciosa. Venía gente de todo el valle, pero se ve que un año los músicos no llegaron a tiempo.

Los músicos debían atravesar los bosques para hacer hacia sitio. Hacía rato que oían ruidos. Estaban cada vez más asustados. De repente apareció un hueso de las cortinas de robledales como si se estuviera cambiando para salir a actuar. Los músicos sufrieron un susto de hielo deshaciéndose en verano que era. La bestia era gorda y rivalizaba con la sombra de las montañas. Tenía una bocota abierta de cueva de nunca más y unos uñas de guadaña a punto de la siega. Uno de los músicos cogió su instrumento y empezó a tocar. La bestia se detuvo. Otro músico hizo lo mismo, y el otro... El oso empezó a bailar. Los músicos no dejaron de sonar las herramientas. Nunca habían visto un bailador tan incansable y exigente. Hasta amanecer. La criatura cayó rendida. Y ellos abrieron los ojos y ya estaban en Bressui.

Nadie sabe si esta historia es verdad o mentira. Es un cuento, una fábula. Es mitología: una explicación para las cosas que carecen de explicación. En el Pirineo, los bosques son de verdad, pero también son mitológicos. Dentro viven historias. Toda historia tiene sus protagonistas. Aquí, el hombre y el hueso (y el lobo) mandan. La dualidad, como el cuchillo, explica la relación de ambos. El animal es admirado y temido por los montañeros. Se han perseguido uno y otro para ver quién tiene las escrituras de la naturaleza. El hueso parecía vencido, desaparecido, pero hace ya tiempo que vuelta por el Pirineo: entre reintroducciones, fecundaciones y resurrecciones. Claro, Oscristo no murió. Y la leyenda ha vuelto.

La guerra entre huesos y ganaderos es un conflicto atómico: botón a botón. Los huesos desayunan, comen, meriendan, cenan, hacen resopón, café, copa y puro con rebaños de ovejas, cabras, terneros y lo que haya en la mesa del paisaje. No hay armisticio. Ni Cascos Azules. Ni ONU. Parece un Hamlet vestido de sangre: u unos u otros. Dilema de hacha existencial. Sume más protagonistas: secundarios que quieren ser estrellas. Mucha gente que vive a cien, oa cinco mil kilómetros de allí, cree, defiende, suda y gasta todas sus energías, y las del más allá, para que los huesos reinen en el Pirineo. El animal por encima del hombre. Y los que viven allí el hueso lo quieren o en la cazuela o haciendo break dance en la cima de una montaña y girando en 360 grados como un neón de Fin de Año permanente.

La mitología, como la energía, se transforma. Hace muchos años el mito era que con huesos y lobos poca broma. Peligro. De ahí todo el buffet libre de fábulas. Luego nos empezaron a contar la fábula que el hueso no era tan malo, que quizás incluso estaba dejando de ser carnívoro y quería ser vegano, que podía ser amigo del hombre y esnifar silicona juntos. Ahora llegará una nueva mitología y nos la contarán nuevas generaciones. Las que no habrán visto un hueso nunca en su vida. Ni en un palmo de nariz, ni en ninguna imagen, palabra, libro, porque ya no hace falta leer. Primero será, como ya han anunciado, para hacer la selectividad, después continuará en bachillerato, ESO, primaria, preescolar... hasta la placenta, hasta la madre tierra. Hasta que nos hagan creer, como explica la mitología, que en los inicios de los tiempos los animales hablaban, y que perdieron ese poder por culpa del hombre. Pero ahora nos dirán que lo que quieren los huesos es leer libros, y nosotros haremos huesos después de ser devorados por los huesos.

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