Obituario

Muere la escritora Ana María Briongos, la eterna viajera

Gran conocedora de Irán, Afganistán e India, el año pasado publicó 'Mi cuaderno morado'

Ana Maria Briongos en una tetería de Isfahán, Irán en el 2016
3 min

BarcelonaDebo confesar que al principio no he dado crédito a la noticia. "No puede ser, tiene que haber algún error", he pensado. La última vez que vi a Ana María Briongos fue el 3 de octubre. La invité a la presentación en Barcelona de mi último libro sobre Afganistán. “Vendré, con muchas ganas de verte y oírte”, me contestó, solícita. Y, efectivamente, vino: vital, lúcida y sentada en primera fila para no perderse detalle. Al final del acto levantó la mano para hacer una pregunta. Su curiosidad y sed de conocimiento no tenían límites.

Tres días más tarde, el 6 de octubre, fue Ana quien me invitó a mí a la presentación en la capital catalana de su último libro, Mi cuaderno morado (Laertes, 2023). Hice el feo de no ir. Ahora me duele aún más. Ana María Briongos ha fallecido este martes a la edad de 77 años por "un cáncer fulminante", según ha detallado en Facebook su amigo y colega Jordi Esteva.

Ana escuchaba mis explicaciones sobre Afganistán con unos ojos como platos. No daba crédito a que el país hubiera cambiado tanto desde que lo pisó por primera vez, en diciembre de 1968, con solo 21 años. Desde entonces y hasta 1978 pasó cada año temporadas en Afganistán, sobre todo en Kandahar y Kabul. Lo relata en su libro Un invierno en Kandahar.

“¿Cómo vestías cuando vivías en Afganistán?”, le pregunté en una ocasión. “Pues normal. Con pantalón corto y camiseta”, me contestó, encogiéndose de hombros, sin darle mucha importancia. Esto sería impensable en la actualidad. Ahora las mujeres, sean extranjeras o autóctonas, no enseñan ni un centímetro de piel. Ana tuvo la gran suerte de conocer un país que ya no existe. Un Afganistán en paz, tolerante y abierto al mundo. En definitiva, un país sin guerra.

Enamorada de la poesía persa

Nacida en Barcelona en 1946, Ana María Briongos se licenció en ciencias físicas en la Universidad de Barcelona, pero siempre se definió como escritora y viajera. Y con razón. Con solo 21 años viajó a Afganistán, pero también a Irán, donde estudió literatura en la Universidad de Teherán y donde trabajó durante años como asesora e intérprete.

Se declaraba una enamorada de la poesía persa, de los bazares, de los desiertos, de la arquitectura de adobe, de las montañas del Hindu Kush, de las estepas de Asia central y sobre todo de sus gentes. En Irán se sentía como en casa. Sus libros sobre el país son auténticos tesoros. La cueva de Alí Baba se ha publicado también en catalán, portugués, holandés, italiano y polaco. Y Negro sobre negro resultó finalista del premio Tomas Cook de literatura de viajes en 2001, en su edición en inglés.

Ana no era una escritora que escribía de oído. Ella era de las que se desplazaban e iban siempre a los sitios. Sabía escuchar, observar, conversar, empatizar. Allá donde iba hacía amigos. Por ejemplo, para escribir Esto es Calcuta se instaló en la ciudad india durante meses. Alquiló un pequeño apartamento en la última planta de un edificio y, desde la terraza, se dedicó a observar la ajetreada vida de la ciudad.

Su pasión viajera también la llevó a Nigeria en noviembre de 2022. Seis años antes había encontrado en casa de su madre en Barcelona una maleta llena de cartas, documentos y un importante archivo fotográfico de Nigeria de los años 60. Un conocido, Emmanuel Adewale Oyenuga, la había dejado con el objetivo de recogerla pocos días después. Pero habían pasado cincuenta años y no había vuelto. Así que Ana se propuso localizar al tal Emmanuel o algún miembro de su familia para darle la maleta. Y lo logró, aunque no fue fácil, según admite ella misma en su página web. Ana no solo encontró al hijo de Emmanuel, sino que también viajó a Nigeria para darle la maleta en mano. El padre había fallecido en un accidente de tráfico al poco de dejar la maleta en Barcelona. Por eso nunca regresó.

“Los caminos del mundo son una escuela donde se templa el espíritu y se afianzan la tolerancia y la solidaridad. Se aprende a dar y recibir, a mantener las puertas abiertas de la casa y del espíritu y, sobre todo, a compartir. Se aprende a disfrutar de lo poco, a valorar lo que se tiene, a ser feliz en la austeridad, y a festejar la abundancia. Los jóvenes de los países de la abundancia deberían dedicar un año de su vida […] a viajar por los caminos del mundo, […] con la mochila en la espalda. Perderían un año en la carrera del éxito […], pero ganarían como personas porque se les ensancharía el horizonte”, escribe Ana en Negro sobre negro. Por suerte, nos quedarán siempre sus libros. ¡Buen viaje, querida Ana!

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