La investidura: dejar atrás la amargura

Protestas ante la sede del PSPV-PSOE en Valencia contra la amnistía y el acuerdo de investidura de Pedro Sánchez.
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Cuando en el 2003 surgió la propuesta de un gobierno de izquierdas en la Generalitat, el entonces (y ahora también) portavoz de la mirada más reaccionaria, José María Aznar, ya dijo que se rompería la cohesión y nos caerían todas las plagas. En cambio, fue un período de avances en la dotación de servicios públicos y se formuló una propuesta de nuevas relaciones entre Catalunya y España, una propuesta que confío en que muchos de los que ahora se ponen las manos en la cabeza por la situación actual se arrepientan de haber despreciado.

En España, los más motivados por una visión reaccionaria de la vida en sociedad se movilizan mucho. Lo hicieron contra el matrimonio homosexual, contra la disminución de horas de religión en el sistema educativo, contra la ampliación de supuestos de interrupción del embarazo, contra el Estatut de Catalunya, contra las conversaciones para acabar con el terrorismo de ETA...

No respetan la pluralidad, no entienden que haya otra mirada, muchas miradas, la base del sistema democrático. Cuando Díaz Ayuso dice que “tienen” a la gente de bien, la Corona, el poder judicial, las fuerzas armadas y los cuerpos policiales, nos explica sin filtros su idea de control del Estado y por qué no aceptan democráticamente una mirada alternativa, por qué no aceptan una coalición que, fundamentalmente, ellos han ayudado a cohesionar.

La próxima semana habrá investidura y el hilo que une a todas las fuerzas es no permitir que gobiernen quienes confunden la patria con el partido y con la propiedad de los poderes del Estado, los cuales, por cierto, deben estar al servicio de todos los gobiernos sea cual sea su composición.

Esta semana, las banderas con las cruces celtas o de Borgoña y con los escudos franquistas han vuelto a salir a la calle. Cada imagen de estas manifestaciones nos hace más adeptos al gobierno de complicada coalición. A veces nos define lo que rechazamos, lo que no queremos. Y no quiero que los ultraderechistas nos gobiernen.

Ya hace días que se manifiestan, pero fue el jueves cuando supimos que la coalición de PSOE, Sumar, PNV, EH Bildu, ERC y JxC sería posible. Fue el jueves cuando conocimos el contenido del acuerdo, y leyendo el documento podemos afirmar que tiene la importancia de que JxC haya decidido que vuelve a la tradición del catalanismo dispuesto a intentar modernizar España desde sus instituciones parlamentarias.

Pocas veces he visto un documento de acuerdos que sea un dar fe de las discrepancias más que de los acuerdos; y, también, dar fe de la perseverancia descalificadora hacia otra fuerza igualmente imprescindible y que en las contiendas electorales es su adversario, ERC, desde el inicio del documento, con frases como “en términos diferentes a los de la última legislatura” y en cada frase del ex president Puigdemont.

La virtud del documento es la firma del PSOE en un texto sobre la complejidad histórica y política de los hechos que han llevado a la desafección (de la que ya habían advertido los presidents Maragall y Montilla) con el sistema político español, al que vuelve JxC.

El documento dice, literalmente: "Con el Estatut la sociedad catalana buscaba tanto el reconocimiento de Catalunya como nación como la solución a las limitaciones del autogobierno y los déficits acumulados [...]. Con este acuerdo buscamos la superación de los déficits [...] y el reconocimiento nacional de Catalunya". Pero constatan que unos querrían resolverlo con un referéndum dentro de la Constitución (art. 92) y otros con un amplio despliegue del Estatut.

Ya sé que existe la ley de amnistía (que ya se había acordado con ERC) y que hay una referencia elíptica a un anglicismo, lawfare, que deberíamos ponernos de acuerdo en qué traducción razonada tiene. El PSOE ha tenido que aclarar que seguirían los trabajos de las comisiones de investigación ya acordadas durante la legislatura que acabó con las elecciones del 23-J.

Si quienes sacan banderas del pasado franquista tuvieran interés real en la política, podrían aceptar que lo más excepcional del acuerdo es que se haya firmado en Bruselas, porque el acuerdo de constatar divergencias lo habría podido firmar el PP si no hubiera decidido llevar adheridas al cuerpo las siglas Vox.

Celebro que en el pacto de fuerzas progresistas esté el independentismo catalán, pero no pueden seguir con el debate diálogo-acuerdo si entre las dos fuerzas (ERC y JxC) no hay ni diálogo ni posibilidad alguna de acuerdo, porque la política catalana sigue empapada de una energía amarga y de resentimiento.

Después de mucha angustia e inquietud, después de mucho dolor, estamos donde estábamos cuando Maragall afirmaba que una sociedad no puede cohesionarse con un alto grado de identidad y al mismo tiempo un grado mínimo de vertebración. Sirva esto, también, para los patrioteros de las manifestaciones diarias contra el acuerdo de sensibilidades diversas.

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