Un libro de Gramática de la lengua catalana en una imagen reciente
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Ahora se habla mucho de esto del catalán. Quizás demasiado. Lo suficiente. Quiero decir de esto de la doble red. A ver, que esto parece una peli de Spiderman. Aquí sólo hay una alambrada. ¿Por qué dos hilados-filetes? ¿Eh? ¿Que no han ido bien siglos de una red lingüística única en Cataluña? Bien que ha funcionado que la lengua impropia acabe siendo propia. ¿Eh? La prueba es que estos cuarenta años de inmersión muscular nos han acabado devolviendo al pasado, en la red una, grande(de) y libre: la castellana. No ocurre nada. Pero sólo existe una duda.

A ver, tú eres un tipo, una casa, o lo que quieras, también puedes ser un mineral, y estás allí, no sé, en 1720, en 1836, o en 1908, o en 1956... y lo tienes todo en español. Todo. La inmersión, no en la escuela ya, eh, en la realidad, en la hiperrealidad... Todo está en castellano. Vaya, en 3D, y con bates de béisbol y la mano de bofetada dolby surround abierta en canal, y va y tú sigues hablando en catalán, que es tu lengua, la de casa, la plaza, la fuente, la montaña, la nube, el carquinyoli... La lengua con la que te cambias los calzoncillos, adiestras musarañas carentes de espíritu, silbas un silbato porque hace jaleo... Y ves que su (inmersión) no funciona. Todo en castellano, todo, por tierra-mar-aire, para que tú aprendas castellano con cemento legal y sangre real, y tú dísele en catalán, con tu red de araña. ¿Cómo es esto? ¿Lo sienta?

A finales del siglo XIX más del 50 por ciento de los catalanes eran monolingües y no entendían... el castellano. Y la otra mitad... “tendría un conocimiento más o menos profundo, aunque más en el ámbito receptivo que el productivo”. Esto dice el estudio (después se han hecho artículos, charlas, un libro) “El proceso de bilingüización en Cataluña en el siglo xx a partir de testimonios orales”, realizado por los sociolingüistas Francesc Bernat, Mireia Galindo y Carles de Rosselló, investigadores del Centro de Investigación en Sociolingüística y Comunicación de la Universidad de Barcelona (UB). Muy bien. Pero los que ponemos y arrastramos a los muertos por aquí todo esto ya lo sabemos.

Soy el primero de mi familia que, podríamos decir, ha podido estudiar, de una cierta manera, en catalán, a partir de los años ochenta del siglo pasado. Antes mi madrina, nacida en 1921, sólo tuvo algunas clases (siempre dependía del maestro) en catalán en la escuela (rural) de los años treinta. Antes nada. De nada. Estaba la red lingüística única: el castellano. También era superefectivamente legal y mega resolutiva letal. Los mordiscos, fuertes, fijos, profundos, de los años de la Mancomunidad y la República con el catalán en la escuela fueron breves, selectivas, fragmentadas y sobre todo con el tradicional coitus interruptus de ese país. De hecho, esto era ya una doble red real, y la base, la esencia, sobre la que se ha construido la escuela catalana pública-concertada de estas décadas. Pero esta red única de hoy nos devuelve, paradójicamente, a la red de hace siglos, también única. Nunca se había enseñado tanto catalán y se sabe, interesa, se usa tan poco. ¿Qué ocurre?

Ocurre que dejamos de ser catalanes, y por eso el catalán no cuenta. Se llama conciencia y consistencia. No es la lengua: es la cabeza. Mi madrina, que carecía de estudios, salvo las cuatro reglas, sabía, naturalmente, realmente, que era catalana y que el catalán era su lengua. Y así sus padres, padrinos, y así después... Ahora no sabemos lo que somos, bueno, vamos dejando de ser lo que somos, y como no tenemos explicación, ni definición, ni hola ni adiós, vamos dejando la lengua , porque no tiene sentido. Pura obviedad, pero las obviedades, por obvias, se olvidan. Como la lengua, cómo ser catalán. Era obvio, y ahora es anormal, irreal, ilegal. Empecemos por ahí. Esto somos: una red antisistema.

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