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Un grupo de niños y niñas del esplai Druida sale en el primer autocar hacia las colonias de verano de la Fundación Catalana del Esplai, en Barcelona. Pedro Virgilio

El autocar está detenido en una esquina, junto a la escuela, con las puertas abiertas y el motor ya puesto en marcha. Los peatones que tratan de abrirse paso, por la acera, entre los niños, oleron el olor de la colonia matinal. Todos los cabezudos se ven recién peinados y muchos de los anoraks se ven recién estrenados. Son niños de una edad en la que todavía besan y dan la mano sin ningún reparo a padres, madres, canguros o algún abuelo que les han ido a despedir. Por las maletas o mochilas (que se ven nuevas, también) ya se adivina que se marchan de excursión o de colonias y que dormirán fuera de casa.

En la otra esquina, camuflada tras una señal de tráfico, hay una mujer, de pelo negro y ojos muy negros, que va con el uniforme de trabajo; bata y pantalón blanco. Se mira la escena con la cara deshecha –la expresión es exacta– de pena. Tiene los ojos enrojecidos, la boca, medio abierta, como si le faltara el aire, y le cuelgan las mejillas, como bolsas llenas de plomo. Suspira en voz alta, como algunos borrachos que olvidan que a su alrededor hay gente. Hace unos gemidos de impotencia, cansancio y rabia, sacando mucho aire, demasiado. Con el móvil toma la foto, furtiva, a una niña. Una niña de pelo muy negro y ojos muy negros, vestida de rosa, que le da la mano a la mujer de cabellos castaños, vestida toda de tejano. La mujer le coge la maleta –también es rosa, nueva de trinca– y hace cola, chirriando con otros adultos, para ponerla en el maletero. Una monitora, o quizás una maestra, desde lo alto del autocar, llama a todo el mundo. Abrazos, besos, sonrisas y cabezas que se mueven. La mujer de la ropa vaquera besa –ni demasiado efusivo, ni demasiado frío– a la niña del pelo negro y una vez la ve, ya sentada, le da adiós con la mano.

La mujer del pelo negro se tapa la cara de tanto que llora. “Ay, hijita...”, solloza. Y se esconde para seguir sollozando, porque la mujer de la ropa tejana no la puede ver, no puede saber que ha ido a hurtadillas a la escuela, porque se lo dirá a su ex, y su ex se lo dirá al juez, que ella ya lo sabe, lo sabe perfectamente, que la niña no le toca hasta dentro de siete días.

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