El presidente francés, Emmanuel Macron.
09/09/2024
2 min

Macron bendice a Le Pen. Se veía venir: se acabó el tabú de la extrema derecha. A partir de ahora, fuera escrúpulos democráticos, barra libre a las derechas liberales y conservadoras para sumar y compartir poder con el neofascismo. Ha sido el presidente Macron, que hace cuatro días aún rechazaba inscribir a RN en el arco republicano, quien ha dado el paso. Un episodio más en el singular proceso de autodesconstrucción de un presidente que ha perdido el norte. Las derechas europeas ya se pueden quitar la careta: alarga la mano a la extrema derecha sin vergüenza alguna.

Aquel personaje imponente que atravesaba en solitario con ritmo solemne los pasillos del Louvre para tomar posesión como presidente de la República se desplomó convocando unas elecciones que han servido para dejar constancia de su desconcierto. Una alfombra para Le Pen y su Reagrupamiento Nacional, que solo una insólita reacción ciudadana en la segunda vuelta logró detener con una movilización electoral que no se recordaba desde 1981. Los franceses, la izquierda, pero también buena parte de la derecha, votantes de Macron incluidos, dieron la vuelta a la tortilla. La ciudadanía respondió con rotundidad. Desde entonces el presidente cuelga de un hilo. Tras evidenciar su desconcierto aplazando la toma de decisiones durante siete semanas, ahora ha dado un nuevo paso: en vez de confiar a la izquierda ganadora de las elecciones el intento –no fácil– de formar una mayoría para gobernar, ha dejado la solución en manos de Le Pen. Ella tiene la sartén por el mango: validar o derribar al gobierno. Y evidentemente, esto tiene un precio: vía libre a la extrema derecha francesa para intervenir en la gobernanza. El futuro en manos de Reagrupamiento Nacional.

Macron se ha amortizado a sí mismo y ha abierto una autopista para la normalización de la extrema derecha, que tendrá la sartén por el mango haciendo durar y mover como le convenga el mandato del tecnócrata conservador Michel Barnier –de un partido minoritario como los Republicanos–. El hombre que debía modernizar Francia, el joven formado a la sombra de Paul Ricœur, que pretendía combinar tecnocracia y humanismo y liberar a la patria de sus fantasmas, pasará a la historia como aquel que presidente abrió el poder a la extrema derecha asumiendo el desplazamiento de Europa hacia el autoritarismo posdemocrático. Triste legado, propio de los que cuando mandan pierden el sentido de la realidad y se creen que pueden permitírselo todo. También negar reconocimiento a lo que el pueblo ha expresado por vía electoral. Ahora Le Pen tiene la palabra. Y las extremas derechas europeas con ella. Y la derecha entrando ya descaradamente a dar legitimidad y compartir espacio con los enemigos de la democracia liberal.

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