La mesa y el ‘mientras tanto’

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La mesa  y el ‘mientras tanto’

El comentario de Salvador Illa (“los diez últimos años han sido los peores de los últimos tres siglos”) sorprende en una persona que tiene la temperancia como virtud más destacada. Pero es una afirmación que indica la profundidad del abismo que separa al independentismo de su principal contrincante electoral, el PSC. Si a esto le añadimos que Podemos y los comuns, siempre atentos a la dirección del viento, han pasado de reivindicar un “proceso constituyente no subordinado” a una mejora del sistema de financiación, podemos constatar que el bloque soberanista ha tocado techo en su capacidad de captación; las luchas compartidas (con represión no compartida) son un buen eslogan, incluso una buena forma de hacer, pero no son una verdadera jugada estratégica. Si el independentismo quiere crecer, lo tendrá que hacer laminando la base electoral de sus rivales. El mapa político catalán gana en claridad, y en sinceridad. Todo el mundo sabe a qué juega cada uno. No es una mala noticia: en la última década hemos sido demasiado a menudo víctimas de varios espejismos.

La mejor herramienta del independentismo para crecer es el gobierno de la Generalitat. Por desgracia, los dos partidos que lo integran tienen más interés en desgastarse mutuamente que en captar nuevos votantes. Esta confrontación interna afecta sobre todo la mesa de diálogo con el gobierno español, que es el único éxito tangible tras diez años de Procés. En lugar de presentarse como un bloque sólido y determinado, el Govern irá dividido. Junts per Catalunya ha decidido torpedear la mesa desde el primer minuto, contradiciendo el pacto de legislatura con ERC y los clamores de sit and talk que no hace mucho proferían sus líderes. No hay que decir que el PSOE está entusiasmado con este panorama e intentará contribuir; aceptó la mesa arrastrando los pies y su principal objetivo es que fracase, para evitar las invectivas de PP y Vox. Pero es necesario que ERC aguante: hace falta que se verbalice el conflicto, que los inmovilistas se pongan en evidencia. Hay que encontrar una solución para Puigdemont y el resto de exiliados. Tiene que existir este marco de discusión bilateral por si se da cualquier circunstancia potencialmente disruptiva, como por ejemplo un segundo referéndum en Escocia. Si la mesa tiene que morir, que la mate el PP cuando vuelva al poder.

El principal problema de ERC no es la mesa, que dará fruto -algún tipo de fruto- tanto si fracasa como si abre alguna rendija. El problema es que los republicanos tienen por fin la presidencia de la Generalitat, podrían marcar la agenda del mientras tanto y, en cien días, no han sido capaces de hacerlo. Solo se habla de temas que el gobierno español ha puesto sobre la mesa, como la ampliación del aeropuerto y los Juegos Olímpicos de Invierno, y en los dos casos cuesta de saber cuál es el criterio del partido teóricamente hegemónico. El president es demasiado prudente para marcar relato, y sus conselleries estrella -Acción Climática, Cultura y Feminismos- no han dado muchas señales de vida. Es cierto que ha pasado el verano por el medio, pero con la aceleración del tempo político en Catalunya da la sensación que se ha perdido la ocasión de marcar distancias con el pasado reciente. Pere Aragonès no puede actuar como si tuviera cuatro años de margen, porque de hecho no los tiene.

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