He tenido que dejar pasar unos días para asimilar las declaraciones de Miguel Bosé en el programa de Jordi Évole. Un artículo sobre una negación de la pandemia se podría dedicar a decir que no hay derecho, que cómo se puede ser tan inculto, que es un desprecio a los millones de muertos y tantas otras cosas.
Pero no. Creo que el trasfondo de la barbaridad que el cantante declaró a millones de espectadores es otro. Y es un trasfondo grave, una enfermedad social que no solo afecta a quienes niegan el covid, sino a todos aquellos grupos que niegan evidencias científicas, como por ejemplo los terraplanistas, los antivacunas o los negacionistas del genocidio nazi.
Los italianos llaman dietrologia a lo que nosotros llamamos teoría de la trama. Consiste en atribuir la causa de un acontecimiento a una conspiración. Se hace una construcción fantasiosa que atenta contra la verdad demostrada científicamente y comúnmente aceptada. Contra toda lógica, se acusa a instituciones de manipulación de ciudadanos, encubrimiento de la verdad e intenciones ocultas. Es un proceso propio de religión mitológica. Una construcción de un relato fantástico para explicar fenómenos naturales.
¿Por qué han aparecido tantos negacionistas últimamente? El consumo de información que antes hacíamos a través de fuentes contrastadas -editores, libros, enciclopedias- ahora se ha desplazado a las redes sociales. Se trata de una industria cultural a menudo sin cultura, de disponibilidad inmediata y de extraordinaria simplicidad. La información y la formación se han convertido en productos de entretenimiento sin ningún compromiso social, científico o cultural.
Una de las víctimas de esta industria son los negacionistas y se está estudiando cuál es su perfil psicosocial.
Tenemos, por un lado, personas marginadas, hartas del sistema, descreídas y frustradas por su situación personal o económica. La creación de un complot facilita la exculpación propia. Prefieren creer una mentira que aceptar una verdad dolorosa. La otra explicación es una enfermiza necesidad de ser protagonista. En este caso, prefieren una mentira que aceptar que están siendo olvidados o que ya nadie piensa en ellos.