Los premiados de los Gaudí, al término de la gala.
20/01/2025
Escritora
3 min
Regala este articulo

El Palau de la Música estaba a rebosar. En la fila trasera, un hombre bromeaba: "Espero que haya varios desfibriladores", refiriéndose a la media de edad de los espectadores. Mientras esperamos que empiece una inmensa mayoría mira el móvil en lugar de contemplar la belleza que tiene sobre la cabeza: la pandemia del móvil, pues, también ha infectado a la tercera edad.

Después de los timbres, el Palau se queda a oscuras y vemos entrar en el escenario, a paso muy lento, ayudado por una persona, el protagonista de la noche. Los fans que llenan el recinto le dedican una ovación y se ponen de pie. Paco Ibáñez, noventa años, el pelo blanco pero todavía abundante, saluda con la mano.

Desde el primer momento sabemos que no se trata de un concierto como otro: estamos participando en un evento. Los aplausos están llenos de significado: por la fuerza de una persona tan mayor y como reconocimiento a toda una trayectoria personal y profesional.

Enseguida me doy cuenta de que Paco Ibáñez se mueve, habla y actúa como un venerable abuelo: con pérdidas de memoria constantes, a ratos repapeando y siempre con una libertad absoluta, la que sólo se puede obtener de verdad cuando te acercas al siglo de vida. Pero todo cambia en el momento en que se pone a cantar. Su voz es la de siempre. Su nivel de interpretación de las canciones es mejor que nunca. No se sabe el repertorio, no adivina en qué tono deben empezar, pero cuando canta, el mundo se paraliza.

Paco Ibáñez el 16 de enero en el Palau de la Música.

La primera canción es coreada por todo el Palau de la Música: Era una vez / un lobito bueno / al que maltrataban / todos los corderos.

Desde el arranque hemos sabido que Paco Ibáñez siempre ha soñado un mundo al revés, porque sus primeras frases han sido para condenar con rotundidad el anticatalanismo y para asegurar, solemnemente, "estoy aquí para deciros que les catalanes sois mis hermanos".

Paco Ibáñez, y seguramente muchos de sus seguidores, soñaron con una España que no ha llegado a existir. Todos los que cantamos a corazón en el Palau Andaluces de Jaén, aceituneros altivos / pregunta mi alma de quién / de quién son estos olivos intuimos que nunca existirá. Lo que no sabíamos es que, sólo unos días después, en la ceremonia de los premios Gaudí, asistiríamos –entre la estupefacción y la indignación– a unos discursos tan alejados del espíritu de Paco Ibáñez y de Miguel Hernández. Resulta extraño que los nietos de quienes llegaron a un país huyendo de la miseria y que han logrado progresar, se limiten a reprochar algunas actitudes poco solidarias de una minoría. Por no hablar de quienes cuentan, en castellano, que llegaron de pequeños y, aunque están recogiendo un premio, no se sienten suficientemente acogidos.

Palabras con sabor a revancha disfrazada, en medio de una gala que, todavía, pone en flagrante evidencia cuál es la lengua minorizada en Catalunya.

La mayoría de nosotros estamos orgullosos de nuestros abuelos, pero me incomoda que el discurso que se impone sea deducir que el mío, por tener ocho apellidos catalanes y haber nacido en Figueres, estaba en el bando de los ricos opresores: Quim era cartero, de familia humilde y del lado perdedor. Fue represaliado como funcionario de correos por ser catalanista y de izquierdas. Se llamaba "depuracióny quería decir que quedaba excluido de cualquier ascenso.

stats