

Es curioso porque el discurso de Eduard Sola, guionista de Casa en llamas, al recoger el Gaudí al mejor guión original (la reivindicación de los charnegos no sobraba: si acaso un poco de lenguaje corporal, pero son los nervios del directo) seguramente habría sido un discurso muy aplaudido en tiempos del pujolismo. Jordi Pujol siempre estuvo muy pendiente de la cuestión de los inmigrantes españoles en Catalunya, de su integración y su aportación a la sociedad catalana, de cómo se convertían en catalanes. Fue admirador y amigo de Paco Candel, de quien este año se celebra el centenario, y al abrigo del libro Los otros catalanes construyó la famosa frase "Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña". Se interesó mucho en su momento por una película como Yo soy Juani, de Bigas Luna, o por una canción como "Jennifer", de Los Catarres. Es posible que, si la ha visto, le haya gustado El 47. Aunque se le acusó a menudo de no hacerlo, el pujolismo no se desentendió de la cultura: se cuidó de no dedicarle atención. El Proceso, en cambio, se hizo expresamente de espaldas a la cultura: tenían derecho a intentarlo, pero el resultado fue el que fue. No fracasó sólo por ese motivo, pero también por éste.
En el post-Proceso, o como deba decirse de los años posteriores al 1-O, en paralelo a la progresiva derrota de los partidos independentistas catalanes (todavía en curso), una parte significativa del mundo cultural catalán ha ido generando una actitud y un discurso enrabietado, replegado, amargado. Un discurso y una actitud recelosos, suspicaces, especializados en la detección de amenazas externas (inmigración, sobre todo) y de supuestos enemigos internos. Por todas partes encuentran progres, tibios, cobardes, ingenuos con un lirio en la mano, bonistas, wokes, traidores, vendidos, colaboracionistas. Cataluña en particular, y los Països Catalans en general, están llenos de mala gente que hacen ver que no, pero en el fondo trabajan y conspiran incansablemente por la destrucción del país, de la lengua, de la cultura, de las tradiciones. Nuestros intelectuales –porque son intelectuales– se dan cuenta.
Todo se complica cuando se añaden el afán de protagonismo de los jóvenes, el hambre de reconocimiento de los viejos, la pedantería de todos juntos y una prepotencia infantil que lleva a las gesticulaciones enfáticas ya las provocaciones de patio de escuela o de barra de bar. El ambiente que se forma hace de mal respirar, porque falta ventilación, y en el aire enrarecido se congria roña: de momento, un partido independentista de extrema derecha, al que todavía muchos están tomando los tamaños. de estómago y en las úlceras.
Un último apunte: Casa en llamas es una buena película y El 47 es muy buena, pero tratamos de evitar reduccionismos, porque parece que muchos descubran el cine catalán cada año, y sólo con una o dos películas. Vale la misma observación para todo.