BarcelonaEl acto de homenaje a las víctimas en el quinto aniversario de los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils quedó empañado por los gritos de un grupo de manifestantes independentistas que rompieron el minuto de silencio e indignaron a los familiares y supervivientes presentes en la Rambla. La escena fue una exhibición de falta de empatía, educación y respeto por el dolor de las personas tan evidente que todos los actores políticos y sociales lo condenaron. A pesar de que es lícito reclamar las investigaciones que se quiera, culpar las cloacas del Estado o desconfiar de la versión oficial que recoge la sentencia judicial, este miércoles no era el día ni el momento de quitar el protagonismo a las víctimas, que eran lo único importante y se merecían ser el centro absoluto del acto. Porque si en algo hay consenso es en el hecho de que la atención de las administraciones hacia las víctimas no ha estado a la altura.
Es verdad que el sabotaje al minuto de silencio fue obra de una minoría que no es representativa del movimiento independentista catalán en su conjunto (a pesar de que seguro que será convenientemente utilizado en contra suyo por algunas terminales mediáticas y políticas), pero tampoco se puede obviar la existencia de un núcleo que ha derivado hacia la antipolítica y el resentimiento, incluso contra los que hace cuatro días eran compañeros de viaje. Desde este punto de vista contrasta el claro posicionamiento de Junts –que desde la cuenta oficial del partido condenó sin paliativos el boicot al minuto de silencio– con la actitud de su presidenta, Laura Borràs, que no solo no lo ha hecho todavía, sino que se acercó a los manifestantes para saludarlos. Estos la recibieron con gritos de "presidenta, presidenta", en referencia a su suspensión como presidenta del Parlament.
Pero si no era el día de restar protagonismo a las víctimas del 17-A, todavía menos era el día de llevar los enfrentamientos internos de la política catalana o reivindicaciones personales a un acto de carácter institucional en el que había personas que habían perdido a un hijo o un familiar en los atentados. Por muy importante que sea, ninguna causa o agravio justifica este comportamiento y falta de respeto. Aunque a algunos los cueste de creer, el Universo no gira a su alrededor. Y alentar o dar alas a estos grupos minoritarios es un grave error que la política catalana acabará pagando.
De los hechos de este miércoles solo se puede extraer una conclusión: en el apoyo a las víctimas no puede haber fisuras ni grietas. Y no es aceptable mezclar otras cosas, por muy importantes que sean, en un acto de reconocimiento y homenaje. Suficiente carga tienen los supervivientes como Jumaine, que perdió a su hijo Julian, de 7 años, y que ella misma va ahora en silla de ruedas, como para ver que los actos en los que se supone que la sociedad catalana les tiene que mostrar su apoyo y aprecio se convierten en una trifulca política. Era el día para decirle: estamos contigo para lo que necesites. A ella y al resto de víctimas. Y para nada más.