No es la inmigración, es el trabajo

Imagen de archivo de jóvenes inmigrantes extutelados por la DGAIA. WAYRA FICAPAL
07/05/2025
3 min

El Círculo de Economía tuvo la buena idea de invitar al sociólogo holandés Hein de Haas a sus jornadas anuales y me brindó la oportunidad de poder conversar con él. Su libro, Los mitos de la inmigración, es un texto imprescindible que debería ser una Biblia para cualquiera que tenga que hacer políticas en esta materia y también para todos aquellos que meten cucharada sin tener la más remota idea de cómo funcionan de verdad los movimientos humanos. Fruto de una larga labor de investigación y con rigor científico, De Haas pone bajo la lupa muchos de los lugares comunes que se han ido difundiendo a los medios en las últimas décadas. En el Cercle explicó, por ejemplo, que durante el mandato de Biden se deportaron muchos más inmigrantes que durante el mandato de Trump, pero es que el récord de expulsados ​​se produjo nada menos que cuando Obama fue presidente. Y esto se explica con el análisis sobre los discursos y las actuaciones que se realizan desde la derecha y desde la izquierda. Por lo que se deduce de la información del libro, los políticos occidentales tienen un posicionamiento bastante ambivalente respecto a los inmigrantes, y la percepción que tiene la opinión pública de que la derecha es antiinmigración mientras que la izquierda es proinmigración es falsa. La derecha parece más dura cuando habla de control y orden, pero las medidas concretas que aplica no son tan contundentes como podríamos pensar (dejando a un lado, claro, la extrema derecha). Esto también se explica porque a algunos sectores de la derecha les va bien la mano de obra extranjera que procede de países con menos derechos laborales consolidados. En este sentido, cabe recordar que Aznar realizó tres regularizaciones extraordinarias. Hacer un discurso vehemente contra los inmigrantes mientras se aflojan las medidas para controlarla no sólo es hipócrita sino que es perverso porque confronta a trabajadores con trabajadores y crea problemas de convivencia precisamente donde los hay, en los barrios obreros. Por lo que respecta a la izquierda, los datos no avalan la idea de que sea más proinmigración. En España hemos tenido ejemplos notorios que demuestran esta evidencia: fue Celestino Corbacho, un socialista, quien instó a los inmigrantes a marcharse cuando empezó la crisis económica. Un precursor, de alguna forma, de la iniciativa de Trump de autodeportación. Un Marlaska felicitando a la gendarmería marroquí tras reprimir brutalmente a las personas que querían saltar la valla también demuestra que la izquierda dice A y practica B en esta materia. Por no hablar del vergonzoso episodio del Tarajal. Ahora bien, también cuando desde este sector se hacen discursos que supuestamente salen en defensa de los extranjeros llama la atención el uso de argumentos instrumentales y utilitaristas: los necesitamos, dicen, para cuidar a nuestros viejos, para limpiarnos las casas, para pagar las pensiones y para compensar la baja natalidad. Es ofensivo que sólo te quieran para que hagas lo que ellos no quieren hacer, pero es que además no es cierto. La inmigración no solucionará los problemas demográficos de los países occidentales, primero porque en todas partes las mujeres están teniendo menos hijos y segundo porque la incorporación a la nueva sociedad hace que las recién llegadas se adapten y también tengan un mayor control sobre la natalidad. Como ejemplo mi propia familia: mis abuelas tuvieron diez hijos cada una, mi madre y las tías por ambos lados tuvieron cinco o seis como mucho, y yo y mis hermanos de media no hemos pasado de dos. Pero es que para compensar el envejecimiento de la población con la inmigración harían falta llegadas estratosféricas del todo imposibles (en Francia, por ejemplo, el número de entradas debería ser entre 20 y 40 veces mayor que las existentes actualmente). El tema de fondo que no estamos debatiendo, concluyó De Haas, no es la inmigración, sino el trabajo y sus condiciones.

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