PISA o la historia de un fracaso anunciado

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Una profesora supervisando el trabajo de unos alumnos en un instituto.

Con el último informe PISA parece que nos hemos dado cuenta, finalmente, de que tenemos un sistema educativo que no funciona. Los resultados son demoledores para muchos países europeos, pero son especialmente negativos en Cataluña. Que el nivel tan bajo en matemáticas y comprensión lectora sea bastante generalizado nos puede derribar en la falsa idea de que esto tiene que ver con el cóvido, la falta de recursos materiales o un exceso de inmigración en las aulas. Todo sea por no afrontar un problema que, para quien se mueve en el mundo educativo en el nivel que sea, es tema de conversación redundado al menos desde hace veinte años. Comprobamos día a día que el sistema de enseñanza ya no enseña. Si lo dices, te conviertes en blanco de crítica de aquellos que se han autoproclamado expertos, que nos dicen que no somos capaces de adaptarnos a las nuevas técnicas metodológicas, que descansan en alambicadas teorías psicopedagógicas. La realidad es tozuda. Desde hace años una parte relativamente grande de los estudiantes que llegan a las universidades se han equivocado de sitio, no tienen ni el bagaje, ni las bases de conocimiento ni la capacidad de esfuerzo y de trabajo para estar allí. Paralelamente, la sociedad nos reclama que proporcionemos una enseñanza más funcional, aplicada y profesionalizadora. Los conocimientos, los contenidos y el saber se ve que ya no son relevantes en estos momentos y lo que hace falta es que facilitemos competencias creando “entornos de aprendizaje” con mucha tecnología digital. Se nos penaliza si nos atrevemos a “suspender”.

El departamento de Ensenyament ha dicho que el fracaso educativo tiene un carácter multifactorial. Una obviedad. Que dedicamos a la educación un 4,1% del PIB en lugar del 6% tendrá algo que ver. Que falten profesores de apoyo, que no se mantengan las aulas de acogida y que todavía haya barracones tiene valor. Que educar en contextos de multiculturalidad es complejo resulta evidente, lo que exige son medios adicionales y formación de los maestros. Que la creciente desigualdad económica se refleja en las aulas y que la pobreza es una dificultad añadida también es nítido; pero si queremos una sociedad cohesionada y en la que “igualdad de oportunidades” tenga sentido, algo podríamos hacer. Que en la enseñanza secundaria obligatoria hacemos coincidir niños y jóvenes no parece muy adecuado, como tampoco que no hayamos dotado de medios para atender el fracaso escolar ni las disfunciones de neuroaprendizaje. Que no motivamos suficientemente a los maestros ni a los profesores de bachillerato, obligados a trabajar en entornos hostiles, sin apoyo de la administración ya menudo de las familias, siendo el bournout una condena habitual, también cuenta cosas. Que las inversiones en los centros educativos vayan sólo a llenarlos de pantallas y fótiles tecnológicos que lo que hacen es distraer, impedir la concentración y el aprendizaje, también hace. Que demos a los profesionales una formación deficiente y no facilitemos aumentar el prestigio social de los enseñantes, quizás también tiene que ver.

Sin embargo, más allá hay un problema de fundamentación que radica en el proyecto, el modelo educativo. En el inmenso fracaso de éste, instaurado hace ya treinta años y hegemónico. Nunca ha sido auditado en sus resultados por las administraciones diversas que le han promovido y mantenido. Intocable. Ahora mismo, de la comisión que debe evaluar la derrota forman parte, exclusivamente, los mismos que participaron en su diseño y que, de hecho, controlan el entramado educativo del país. Existe un bunker pedagógico, organizado en un par de fundaciones, que ha dispuesto del monopolio filosófico de la enseñanza en Cataluña. Han creado una escuela y un sistema educativo en el que el tema crucial no es el aprendizaje sino el bienestar de las criaturas. Se valoran sólo las competencias y la practicidad, importantes, pero se menosprecia el saber. Al menos, debería poder discutirse a la luz de los resultados. Desaparece el método, la exigencia y el hábito de trabajar. El esfuerzo ya no es una virtud y aprender debe ser divertido. Terreno abierto a la experimentación, la gamificación ya una sobreprotección de los chicos que no les prepara para la vida y mucho menos para el fracaso que le es inherente. Creamos snowflakes de los que no garantizamos la alfabetización. Que en Cataluña el naufragio sea más profundo que en el resto de España tiene que ver, también, con que nos avanzamos tres años en convertir el americano Diseño Universal de Aprendizaje (DUA) en doctrina oficial de nuestro sistema educativo . Básicamente, ha convertido a los profesionales en burócratas.

Habría más autocrítica, especialmente en aquellos que nos han traído hasta aquí. Abandonar las pedagogías deconstructivas e ir hacia sistemas curriculares basados ​​en contenidos y aprendizajes y no sólo en competencias vacías. Sin embargo, no pasará. Se empeñarán en profundizar en un modelo que no funciona. Mientras, los países con mejores resultados en los PISA basarán su sistema, no tan moderno pero eficaz, en más horas lectivas, más trabajo (también en casa), más exigencia y esfuerzo.

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