Las elecciones europeas del 9 de junio se están convirtiendo en un plebiscito sobre la deriva autoritaria con acentos neofascistas de parte de la derecha. Los partidos conservadores y liberales, que junto con la socialdemocracia habían articulado las democracias europeas, se sienten acosados por unas derechas radicalizadas, a menudo alimentadas por ellos mismos, que han ido tomando cuerpo en todas partes y ya están en el poder –en Italia– o cerca de alcanzarlo –en Francia–. El desafío avanza. Y el PP lo acusa. Hace tiempo que gobierna con Vox algunas comunidades y ayuntamientos y ahora Feijóo ya habla de pactar con Meloni en Europa.
Combatir el neofascismo o adaptarse a él: esta es la cuestión. Y todos sabemos que en los procesos de radicalización generalmente el modelo se impone en la copia. Cuando incluso Ursula von der Leyen juega a aprendiz de brujo coqueteando con la extrema derecha es evidente que entramos en situación de riesgo. Lo cierto es que las derechas, con excepciones como la de Emmanuel Macron, están dejando de combatir a la extrema derecha y le están comprando parte del discurso. Los inmigrantes son siempre los primeros señalados (el desprecio al otro) cuando, de hecho, sin su trabajo no está claro cómo se pagarían las pensiones. Pero ahora mismo coge fuerza otro hecho diferenciador: la batalla por la restauración autoritaria con la limitación de derechos adquiridos por las personas, la lucha contra el feminismo, contra la pluralidad ideológica y religiosa, y la demonización de los valores de la modernidad.
La derecha ha pasado del tabú del fascismo (memoria incómoda de su pasado) al reconocimiento de la extrema derecha. Y sus dirigentes, algunos de forma abierta, otros todavía con la boca pequeña, ya están llamando a la puerta del neofascismo. Y todo ello en un contexto en el que el populismo autoritario ha marcado el mapa mundial con tres nombres: Netanyahu, Trump y Putin. Y las derechas no saben o no quieren deshacerse de ninguno de ellos: al contrario, cada vez se les acercan más impúdicamente.
Unas elecciones que deberían servir para reformar y reforzar Europa ante las amenazas futuras cogen a las derechas a contrapié con la tentación de tender puentes con los populistas. Asistimos a cambios profundos en el sistema económico –el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero y digital– que están debilitando a las instituciones democráticas, que, confrontadas a unas fracturas sociales y culturales crecientes, tienen dificultades para frenar la tentación autoritaria. Es hora de salvar a la democracia en un momento en que el supremacismo económico se está armando con formas de supremacismo autoritario. Y parte de las derechas claudica. Tenedlo presente a la hora de votar.