Políticos que se van a su casa

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Carles Puigdemont en el escenario del Arc de Triomf

1.Sandro Rosell, cuando hace dos años se planteaba presentarse a la alcaldía de Barcelona, se fue a tomar un café con Gemma Nierga en TVE. Allí fue muy claro a la hora de decir que, si no ganaba, se iba a casa. No pensaba quedarse haciendo de oposición: "¿Por qué tengo que ir a perder el tiempo, a calentar una silla y a hacer perder dinero a los contribuyentes?" Le llovieron críticas por tanta sinceridad. Rosell, finalmente, no se presentó. El alcalde escogido, por una serie de pactos con la pinza en nariz, fue Jaume Collboni. Xavier Trias, que ya se veía ahí, puso en marcha el célebre “que us bombin a tots”, Ada Colau se quedó boquiabierta y Ernest Maragall perdió la mitad de los votos en el primer gran batacazo electoral de Esquerra. Maragall fue el primero en desaparecer. Medio año después de las elecciones, renunció al acta de concejal. Este verano también se ha ido Xavier Trias. El ARA y otros medios han publicado que esta semana que empezamos Ada Colau dejará el ayuntamiento de donde fue alcaldesa durante ocho años, según publicó el ARA. En la oposición hace mucho frío. Votamos a unos cabezas de lista que, si no mandan, adiós. El camino que abrió Manuel Valls, maquiavélico, ha creado escuela.

2.El caso de Carles Puigdemont es justo el contrario. En campaña electoral, aprovechó una entrevista en RAC1 para hacer un rotundo anuncio con Jordi Basté de testigo: “Yo haré política toda la vida, lo hacía incluso cuando era adolescente. Pero si se refiere a política activa, yo no puedo hacer política activa si no tengo responsabilidad de la presidencia”. Con la misma lógica, insistió en que él no haría de jefe de la oposición. Todo el mundo interpretó lo mismo: que si los votos y los pactos no lo hacían president, se apartaría de la primera línea. Claro que, en esa misma entrevista, dijo: “El acto de regreso debe ser más un acto de país que de partido. Debe ser un acto institucional”. Desgraciadamente, las cosas no salieron como había predicho. Ni mucho menos.

3.Quim Torra, ex president de la Generalitat que se caracteriza por hablar sin tapujos, a finales de agosto pidió que Puigdemont y Junqueras dieran un paso al lado porque “el independentismo necesita replantear sus liderazgos”. Lluís Llach, el presidente de la ANC, decía este domingo algo similar en el ARA. Pedía que Junqueras y Puigdemont no sigan al frente de sus partidos. Parecen dos peticiones razonadas y razonables. Sin embargo, las ambiciones políticas son legítimas, las situaciones personales son delicadas y cualquier represaliado por el 1 de Octubre vive en una niebla que, tal vez, impide ver el panorama mucho más allá de uno mismo.

4.A propósito de ello, ya ha pasado un mes del regreso y la fuga de Puigdemont. Un mes que pareció un año, de tantas cosas que han pasado. Ahora, con la cabeza fría, con los Mossos patas arriba y el ex president en la casa de Waterloo, si pudiera hacerle una entrevista, le haría tres únicas preguntas. Con la performance del 8 de agosto: ¿qué ganó él?; ¿qué ganó el independentismo?; y ¿qué ganó Catalunya? A estas alturas, deberíamos saber si alguien ha salido ganando.

5. Con ese ambiente dejado, y con la bandera española en el despacho del president de la Generalitat como hacía décadas que no la veíamos, se llega a la Diada. Nada hace pensar que será una jornada histórica. Además, nos dicen que las previsiones para este Once de Septiembre son de lluvia para todo el día y en todo el país. Más aún a las 17.14 h. Los días tristes, pasados por agua, todavía se ven más negros. Desmovilizan y desalientan. Y lo peor de todo es que ya no puede ni informarnos Tomàs Molina, el hombre del tiempo que no supo adivinar ni la tempestad independentista ni el reventón de Esquerra. Y mira que los mapas de las previsiones estaban muy claros.

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