¿Propuesta o subasta?

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Pedro Sánchez en la investidura de Feijóo

Mientras la investidura de Feijóo se estrella y da paso a la ventana negociadora de Pedro Sánchez, el independentismo marca como condición para el acuerdo con el PSOE –aparte de la amnistía– que Sánchez “se comprometa a trabajar para hacer efectivas las condiciones para un referéndum”. En Madrid algunos han puesto el grito en el cielo, dando por sentado que nos vemos abocados a una repetición electoral, porque ya se sabe que en España hay cosas que, además de no poder ser, son imposibles; el ejercicio de la autodeterminación es una de ellas. (“¡Esto no cabe en la Constitución!”, afirman, como si la vieja y apolillada carta de 1978 fuera una ley de la física, y no una norma modificable.) En fin: si en los años más floridos del Procés el Estado no escuchó el clamor democrático del independentismo catalán, con menos motivo lo hará ahora, cuando los partidos soberanistas están debilitados por sus propias querellas internas y por los efectos de la represión.

Es normal, por otra parte, que los partidos españoles desconfíen de la propuesta. Si el trío soberanista fuera sincero en sus intenciones, sería muy posible que el PSOE se planteara la repetición electoral presentándose frente a los españoles como el campeón de la unidad nacional. Pero en Catalunya llevamos ya demasiados años de distancia entre realidad y retórica. ¿Es realmente un acuerdo de mínimos, esa proclama, o el resultado de una desaforada subasta con aires de precampaña? ¿Están ERC y Junts fijando el marco de una negociación, o tomando posiciones para el nuevo pistoletazo de salida electoral? La autodeterminación es una aspiración doctrinal del independentismo, pero en el último quinquenio se ha dejado de lado por la fuerza de las cosas; ERC ha optado por el gradualismo dialogante, y Junts por el octubrismo de la dignidad. Ahora, ay, las cosas son diferentes. Pero Junqueras y Rovira no han parado de decir que tenemos que ser "más, y más fuertes"; y lo cierto es que ahora mismo somos menos y más débiles. No sé si es la coyuntura más idónea para plantear una apuesta de máximos y gestionar su más que probable rechazo. Honestamente: si Pedro Sánchez dice que no, y convoca elecciones, ¿alguien espera algo bueno para el independentismo?

Ahora bien: el texto aprobado por los soberanistas tiene recodos. Hay frases que admiten matices (“fijar condiciones”, “trabajar por” e incluso “referéndum”, sin explicitar qué es lo que se vota). Y, sobre todo, no incluye plazos. Si el sector menos terco del PSOE y de Sumar se creyeran en serio la España plural, deberían poder responder al envite independentista con una contrapropuesta de reforma del Estado y un nuevo Estatut que reforzara (y singularizara) la posición del gobierno catalán en los ámbitos clave (financiero, simbólico, de gestión). Un acuerdo que lógicamente, también, debería ser sometido a la aprobación de los ciudadanos de Catalunya. Esto podría venderse en España como el fin de la batalla territorial, y en Catalunya, como en la primera victoria después de una serie demasiado larga de derrotas, la palanca que permite plantearse retos más ambiciosos.

Pero para que eso (que queda lejos de la autodeterminación) saliera bien, deberían pasar demasiadas cosas: ERC y Junts deberían ir de la mano y no hacerse la zancadilla; la CUP y la ANC deberían olvidarse del todo-nada; los barones del PSOE deberían callar y acatar la inevitable asimetría; y la derecha política, mediática y togada, que posiblemente representa a la mayoría social en la Península, debería renunciar a su capacidad de bloqueo. Pedirle todo esto a España –la España de hoy– quizá sea pedir demasiado. ¿Será cierto que, como dicen algunos, lo único a lo que podemos aspirar es a complicarles la vida política tanto como podamos? López-Burniol dice en La Vanguardia que no, que España está a punto de suicidarse a través de la vía confederal. Quizás mejor que lo lean más a él que a mí.

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