Pseudocatalanes y el rey

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Felipe VI, con el rostro serio el viernes en la toma de posesión de Pedro Sánchez.

1. Gabriel Rufián. El líder de ERC en el Congreso dio, más o menos, el discurso que se esperaba de él en la sesión de investidura. Se gusta, se escucha, domina los tempos del discurso, reparte los zascas a conveniencia y nunca deja indiferente. Lástima que hiciera la gran mayoría de su intervención en español. Tantos años luchando por poder tener el catalán en el Congreso y, cuando lo conseguimos, castellano al canto. Si es por buscar la máxima eficacia comunicativa, para que la entienda más gente y para que las teles no los subtitulen son, precisamente, tres goles en propia puerta. Y entonces, cuando estaba a dos minutos de hacer un tuit argumentado sobre el tema, me aparece un tuit de Luis Figo: “Qué chulito el pseudocatalán”. El concepto es indecente. Es insólito que el último gran traidor de la historia del Barça dé lecciones absurdas de pureza de catalanidad. Luís Figo jugaba de extremo derecho. Ahora se mueve más allá de la extrema derecha, al borde del terreno de juego.

2. Isabel Díaz Ayuso. Si no hubiera ido a la sesión de investidura, si no hubiera llamado “hijo de puta” a Pedro Sánchez y si la cámara no la hubiera pinchado, casualmente, en ese momento preciso, la presidenta de la Comunidad de Madrid no se hubiera convertido en la otra protagonista de las pesadas sesiones en el Congreso. Pero con tres palabras le bastó para zamparse toda la oratoria esforzada de Núñez Feijóo y arrebatarle el agradecido liderazgo anti-PSOE, contra Sánchez y de rechazo a la amnistía. El todavía presidente del PP, que debió de querer desaparecer con el patinazo de la falsa cita de Machado y por la forma en que lo estrujó Pedro Sánchez, volvió a quedar empequeñecido junto a Díaz Ayuso. Feijóo ha pasado cuatro meses de calvario. La noche electoral, cuando salió al balcón del PP, la gente coreaba "Isabel, Isabel". Cuando intentó ser investido, Sánchez lo ignoró, y el pasado jueves Ayuso lo convirtió en una anécdota de la historia. A ver cuánto tardamos en ver camisetas con el futuro eslogan de campaña del PP: “Me gusta la fruta”. Las venderán por miles.

3. Felipe VI. En catalán decimos "con la cara paga". Su rictus, queridamente seco y serio, a la hora de recibir a Francina Armengol y en el juramento del cargo de Pedro Sánchez, denota de qué lado está el rey. Mejor dicho, de qué bando de las dos Españas sigue estando. Han pasado seis años y mantiene el ademán grave del 3 de octubre del 2017, la noche en que la monarquía perdió definitivamente a Catalunya. El rey, que llegó al cargo sin que nadie lo hubiera votado, que accedió a un trono regalado por ser hijo de quien es –el nombrado a dedo por el dictador–, tiene que aceptar la democracia porque no tiene más remedio, pero castiga al presidente del gobierno con la indiferencia. Pedro Sánchez, por mucho que le pese a Felipe VI, es un presidente legítimo, que se lo ha ganado en las urnas y que ha sabido negociar con astucia cada necesario para regresar a la Moncloa. Por cierto, hace 48 años que Franco murió en la cama, pero en la España de la naftalina, la militar, la mediática y la judicial sigue vivo.

4. Carles Puigdemont. Según el último barómetro del CEO, es el político catalán más conocido. Ni mucho menos el mejor valorado, que sigue siendo Oriol Junqueras. De estas encuestas públicas que ya se han convertido en una rutina periodística más, siempre me interesa ver, por encima de todo, cuánta gente conoce a los políticos que cortan el bacalao. Más que saber quién ganaría las elecciones al Parlament (el PSC) o cuántos catalanes estamos por la independencia (ahora dicen que somos el 41%), me divierte ver que al president de la Generalitat, Pere Aragonès, lo conoce el 85% de la población. El otro 15%, ¿dónde vive? A Puigdemont lo conocen un 98% de los catalanes. Será que el otro 2% nunca mira Antena 3, La Sexta ni Telecinco. De lo contrario, no lo entiendo.

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