José María Aznar celebrando su victoria en las elecciones del año 2000 en el balcón de la sede del PP, en Génova.
09/07/2025
Escriptor i professor a la Universitat Ramon Llull
3 min

He ido siguiendo con una especie de distancia perezosa las respectivas terapias de grupo masivas que los dos grandes partidos españoles, PSOE y PP, han llevado a cabo este fin de semana. La presencia de Aznar, agrio y amenazante como siempre, y sus alusiones a la posible prisión de Pedro Sánchez me han hecho pensar en cómo era todo esto hace un cuarto de siglo. El verano del 2000 la política española estaba marcada por la reciente mayoría absoluta del Partido Popular obtenida en las elecciones generales de marzo. Entre 1996 y el 2000 Aznar gobernó con el apoyo de CiU, el PNV y Coalición Canaria. Sin embargo, la victoria abrumadora del PP generó un cambio en la dinámica política que delataba patéticamente la inconsistencia de ciertas afirmaciones realizadas para justificar una aproximación oportunista que en ese momento muchos militantes del PP consideraban contra naturaleza (lo mismo que ahora ocurre con muchos militantes del PSOE respecto de ERC o Bildu, por cierto). Cabe decir, en todo caso, que CiU, PNV y CC obtuvieron contrapartidas más que considerables por su apoyo, y no solo de carácter simbólico. No es el caso del PSOE en relación con sus socios actuales, que malviven de promesas y yaloveremismo (disculpen el neologismo). Después de cuatro años de pactos y negociaciones con partidos nacionalistas, el gobierno de Aznar ya no necesitaba en el 2000 el apoyo de nadie para aprobar leyes, lo que llevó a una política desacomplejadamente centralista (entonces se conocía con la expresión cierre del proceso autonómico). Si consultamos la hemeroteca, muchos debates se centraban en cómo el PP haría uso de aquella mayoría en relación con Catalunya y el País Vasco. Pujol todavía mandaba: era su última legislatura.

Este fin de semana Aznar insinuó que quien se acerca a delincuentes, delincuente termina. ¿De verdad? Haga memoria, hombre. Con Rodrigo Rato como vicepresidente segundo y ministro de Economía, su gobierno exacerbó las políticas de privatización de empresas públicas iniciadas ya en la anterior legislatura. Luego se ha visto cómo fue realmente todo aquello: en muchos casos prevaleció la pura delincuencia. La mano derecha de Aznar, de hecho, acabó en Soto del Real. Parece, pues, que hay que tener cuidado con lo que se dice, no sea que los malos agüeros te caigan en la nuca. Piense en el todopoderoso Rato, sin ir muy lejos.

Tras la derrota electoral, el PSOE estaba en un proceso de reflexión y reestructuración. Joaquín Almunia había dimitido como secretario general, y el partido se preparaba para un congreso en el que se elegiría a un nuevo líder, José Luis Rodríguez Zapatero. El verano de hace un cuarto de siglo la crisis interna del entonces principal partido de la oposición era también un foco de atención en el panorama político en términos muy parecidos a cómo el PSOE evalúa lo ocurrido en el congreso del PP. En efecto, de Zapatero se decían entonces cosas extraordinariamente parecidas a lo que ahora se afirma de Feijóo (no tiene madera de líder, no es viable, etc.). El Pacto Antitransfuguismo fue un tema que también se fue consolidando ese verano, y se concretó con un acuerdo en septiembre del 2000.

¿Qué ha cambiado? Tres cosas importantes. En primer lugar, el año 2000 fue uno de los más sangrientos en la historia de ETA, con 23 muertos y 66 atentados. Esa situación era un tema central en la agenda política: lo condicionaba todo. En segundo lugar, el independentismo catalán ya existía, evidentemente, pero desde la perspectiva de la aritmética parlamentaria resultaba irrelevante en Madrid. Por último, la extrema derecha española (Ynestrillas y cosas así) podía llegar a hacer ruido, pero numéricamente constituía un hecho testimonial. En verano de 2025, ETA no existe, aunque en términos argumentales el PP la sustituye con alusiones malintencionadas a Bildu. Sin el independentismo catalán, sin los diputados de Junts y ERC, es altamente improbable que en las circunstancias actuales haya una mayoría u otra en el Congreso. La extrema derecha se llama ahora Vox y es la tercera fuerza política de España. Podemos, Sumar y otros, en cambio, no hacen variar demasiado la situación de hace 25 años porque básicamente representan a la vieja IU con diferentes nombres y acentos.

El verano del 2000 el bipartidismo de facto era todavía una realidad tangible, aunque los matices ya empezaban a ser importantes. Aspirar a una mayoría muy grande, o incluso absoluta, no resultaba quimérico. Veinticinco años después, esta aspiración es simplemente ridícula: los números no salen por ningún lado. Pero el PP y el PSOE siguen encallados en esta vieja fantasía, o bien en improbables pactos idílicos sin contrapartidas. Allá ellos.

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