Repartiendo el pastel de la inflación

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La inflación es una mala cosa.

Una mala cosa para la economía. Durante la Edad Media hubo épocas en las que una barra de pan pudo costar lo mismo durante cien años. La estabilidad de los precios produce una sensación de estabilidad al ciudadano, al trabajador, al ahorrador y al empresario.

La inflación es como la erosión de las rocas: desaparece la piedra, convertida en polvo, así como el dinero desaparece en forma de pérdida de poder adquisitivo. A nadie le gusta la inflación. Es el fenómeno más difícil de gestionar de la economía porque está sujeto a leyes físicas (la cantidad de dinero en circulación en relación a la producción real de bienes y servicios), así como a la psicología de las masas y los agentes económicos. La inflación se ha definido en economía como el impuesto de los pobres. Un impuesto encubierto, claro está.

Los bancos centrales son los principales responsables de controlar la inflación y de asegurar la estabilidad de los precios. El problema es que los bancos centrales están politizados desde hace tiempo y, dado que tienen el poder absoluto sobre la creación de dinero, se han convertido en financiadores del déficit público. La inflación actual es origen de los aumentos de precio de las materias primas, pero también de la orgía monetaria que arrastramos desde hace dos décadas. Lo expresaré con rotundidad: buena parte de la inflación actual es el resultado de financiar déficit con dinero surgido de la nada y, así, quitarnos vía inflación lo que ya no pueden quitarnos vía impuestos. Y ese es el problema de fondo. Los bancos centrales van a seguir sosteniendo los derechos sociales a través de compra de deuda y de salvar países en bancarrota. Así que a los agentes sociales no les queda otra que repartirse la inflación.

El último Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva, alcanzado entre sindicatos, patronal y gobierno no es más que un acuerdo para repartirse la inflación. Esto se va pareciendo cada vez más a una economía planificada. De hecho, el acuerdo queda a expensas de cuánto ganen las empresas y cuánto suban finalmente los precios. En otras palabras, el pastel va a repartirse tratando de que todos queden saciados. No está mal. Ya lo decía el gran matemático premio Nobel de Economía, John Nash: cuando la economía no funciona, mejor dejarse de tonterías y acordarlo todo entre las partes. Menos libertad, pero más estabilidad. Hay veces en que el libre mercado, no funciona. Claro, especialmente, cuando no es libre…

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