BarcelonaDonald Trump ha sido entronizado por cuatro años con un discurso mesiánico y considerándose a sí mismo ungido por su Dios para hacer grande a América. El presidente, el primero que entra en la Casa Blanca condenado por la justicia, llega rodeado de oligarcas tecnológicos y con un discurso reaccionario de recuperación de la ley y el orden para la "reconstrucción nacional". Trump no hizo ninguna concesión al diálogo o a la reconciliación y dijo exactamente lo mismo que en campaña. El nuevo presidente de Estados Unidos promete detener el declive con la expulsión de millones de inmigrantes, habla del aumento masivo de aranceles, anuncia que la bandera llegará a Marte, que el país expandirá su poder en el canal de Panamá, que se perforarán nuevos pozos de petróleo, y dice que acabará con la censura y reequilibrará la justicia. Por decreto, solo habrá hombres y mujeres. La democracia estadounidense se enfrenta a una dura prueba de resistencia. No se trata solo de un presidente populista que animó el asalto al Capitolio y que ha conectado con la ira de quienes quedan al margen de un mundo desconcertante, sino de una involución que amenaza la fortaleza con la que están hechas las instituciones de la que hasta ahora ha sido una de las democracias más sólidas del planeta.
Lo más peligroso de Trump serán los aduladores dentro y fuera de Estados Unidos, la internacional reaccionaria. Todos aquellos que intentarán hacernos confundir su ira y la complejidad de su victoria con la razón de sus ideas.
Ya nos queda menos, pero se hará largo.