Una de las constantes de la política actual, con un incremento del número de los regímenes autoritarios y del apoyo electoral a los partidos de extrema derecha, es que ni la derecha, ni el centro, ni la izquierda han dado respuesta concreta a las cuestiones planteadas desde la extrema derecha. Las propuestas han quedado en el vacío, en una protesta genérica que no le sirve al ciudadano que quiere soluciones.
"Hay que contener la inmigración ilegal": no hay respuesta. Al menos debe decirse que la legal es necesaria y útil.
“La tasación excesiva va contra la libertad de las personas, impide el emprendimiento y empobrece a la sociedad”: no hay respuesta, olvidando la necesidad de reducir la desigualdad vía impuestos que financien políticas sociales de ayuda a los más desvalidos.
El fascismo creció en los años 30 desde la mentira repetida reiteradamente, hasta hacer creer que una falsedad era una certeza. Una parte importante de pueblos con un alto nivel de cultura –el alemán y el austríaco– llegó a creer que los judíos eran un peligro para el estado, un peligro contra el que debían defenderse, primero señalando- después persiguiéndolos y, finalmente, matándolos.
No responder a una acusación cuya propuesta la resuelva es, de hecho, aceptarla. Se debe ser propositivo. El miedo a la crítica ha paralizado la respuesta a las propuestas simplistas a problemas complejos que plantea la extrema derecha.
La política implica la capacidad de plantear soluciones a cuestiones saliendo del ámbito ideológico en el que se mueve el referencial político de cada uno. Esto es lo que ha dificultado dar ahora respuestas racionales a las cuestiones planteadas por la extrema derecha, como ocurrió hace medio siglo con las propuestas hechas entonces por los partidos políticos de izquierda radical.
No se puede rehuir la regulación. El débil la necesita en el corto plazo, pero el fuerte también –en el largo plazo–. Es la falta de regulación lo que ha llevado a las crisis económicas periódicas de la economía capitalista. La regulación limita ciertamente la libertad del fuerte en beneficio del débil y modula los abusos, pero sobre todo evita las catástrofes económicas producidas por la carencia de límites (1929 y 2008).
Las consecuencias de la falta de regulación son hoy visibles en el cambio climático, los excesos producidos por el turismo, la pobreza y la desigualdad, que a pesar de la tecnología se ha incrementado hasta el máximo mundial histórico de los últimos 150 años, justo antes de la guerra de 1914-1918. La desigualdad ha aumentado a pesar de que el nivel global de bienestar en el mundo haya aumentado. Tenemos más recursos que hace medio siglo pero las diferencias han crecido. En los últimos 30 años han salido de la pobreza extrema 1.000 millones de personas, pero el índice Gini, que mide la desigualdad de rentas, ha crecido en todas las democracias occidentales, excepto de 1945 a 1990, y se ha mantenido en el Tercero Mundo en un nivel de escándalo, como documenta Thomas Piketty.
Es necesario, pues, definir cualitativa y cuantitativamente los problemas denunciados por la extrema derecha y proponer soluciones que vayan al origen, que, en general, serán más complejas que las propuestas por los autoritarios, pero con mejores resultados a largo plazo por más eficaces y más justas.
Barcelona es una de las cinco ciudades más atractivas del mundo. El turismo es ya un problema por exceso de visitantes. Se deben movilizar medidas coordinadas y coherentes para regularlo.
El precio de la vivienda ahuyenta barceloneses. La mitad de la población paga en vivienda más del 40% de sus ingresos: no es sostenible. Esta carestía se debe a muchas razones, entre otras a la política laxa de alquileres turísticos, que ahora el Ayuntamiento limita.
Lleva años hablando del aeropuerto. Hay dos modelos: el que lleva el tráfico de los 50 a los 80 millones de pasajeros, con mayor turismo; y el que traslada tráfico a Girona, a 32 minutos de AVE de Barcelona, y permite volar lejos -necesario si queremos ser el centro de la digitalización del sur de la UE. Esta industria se sitúa en dos polos en el mundo: en la costa del Pacífico de EE.UU. y en Taiwán y Corea. Cataluña está equidistante, pero hay que ir con rapidez a precios competitivos.
En Barcelona no se puede regular la movilidad, la salud, la enseñanza, el turismo... sobre la base administrativa de 33 ayuntamientos independientes por razones históricas. Si queremos atraer talento y capital y cambiar la realidad económica de Barcelona y su área de influencia, debemos resolver esta dificultad administrativa que impide mejorar la competitividad en ciencia y tecnología.
Regular y tasar el turismo es necesario, como ya se hace en otras ciudades europeas y cómo es imposible hacer en Venecia –han llegado tarde–, que se ha convertido en un parque temático que los venecianos han abandonado –vive ahora una población que no es más del 30% de la que vivía hace 30 años.
Es insoslayable responder a la realidad, enfrentar los problemas lejos de ideologías, para resolverlos desde la racionalidad. Esto es difícil porque el hombre se mueve por paradigmas de corto plazo a menudo no explícitos, pero la velocidad de destrucción social y física de nuestro mundo nos obliga a hacerlo a gran velocidad. Si es inevitable, cuanto antes nos pongamos, mejor.