Pronto cumplirá una década que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) no pregunta por el rey Felipe VI. La última vez fue en abril del 2015 y la opinión de los españoles sobre la labor del monarca fue un suspenso, con un 4,43 sobre 10 de valoración. Desde entonces, al menos oficialmente, no ha vuelto a preguntarse sobre el tema. Pese a ser el jefe del Estado, la respuesta oficial del gobierno español cuando se le ha preguntado por eso es que no hace falta porque la monarquía no es una preocupación para los ciudadanos. Y aunque esta respuesta es para huir de estudio, lo cierto es que Felipe VI genera una gran indiferencia para la mayoría de la gente y las campañas para hacerlo más amable y cercano no han servido de nada.
La última muestra del desinterés que genera Felipe VI ha sido el tradicional discurso de Nochebuena que dirige a sus súbditos. Este año, aunque había 30 cadenas de televisión haciendo su emisión simultánea, ha registrado la segunda peor audiencia desde que se sentó en el trono, con Catalunya y el País Vasco a la postre, con 20 puntos menos de cuota de pantalla que la media del Estado.
Del discurso del rey nadie espera nada. Básicamente, sirve para llenar los languideces informativos del día de Navidad con las previsibles reacciones de los partidos, que completan un esquema que se reproduce año tras año. Y en el caso de Catalunya, para una parte muy significativa de la ciudadanía Felipe VI se alejó irreversiblemente de la posibilidad de conectar después del vergonzoso discurso del 3 de octubre del 2017, en el que se hizo abanderado del¡A miedo ellos!
No deja de sorprender que, un año más, después de doce minutos de discurso, el titular de su mensaje sea que pide respeto por las leyes y la Constitución. Una obviedad. Habla con grandes palabras sobre libertad, justicia e igualdad, pero nada dice que conecte directamente con la realidad que viven cada día los ciudadanos, ni tampoco dedica una sola palabra al momento convulso que nos toca vivir, con una guerra en el corazón de Europa , entre Rusia y Ucrania, y otra en la franja de Gaza.
El del rey es un discurso de palabras queridamente ambiguas, donde todo el mundo puede interpretar lo que más le convenga, que sirven para que al día siguiente los grandes partidos españoles puedan salir a alabarle ya aplaudir un papel central que nadie se cree. Eso sí, los más abrumados en la defensa y la autoridad del monarca son Vox y el Partido Popular, que le siguen presentando como el garante de la unidad de España, mientras el PSOE hace equilibrios para no preocupar a los republicanos asintomáticos que nutren las sus bases. Algo debe fallar si, a estas alturas, todo lo que puede hacer el rey es salir a defender la Constitución y recibir el aplauso de la derecha y la extrema derecha.
Dicen que en España el rey reina, pero no gobierna. Cuesta saber exactamente qué significa esto en la práctica, porque se puede interpretar a gusto del consumidor. Lo cierto es que la Constitución española, en su artículo 58, le atribuye el papel de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones del Estado, pero tampoco en ello ha destacado. La autoridad del jefe del Estado vale lo que valga su credibilidad.
Hace más de cinco años, casi dos mil días, los miembros del Consejo General del Poder Judicial tienen su mandato caducado. El bloqueo de la derecha, que ya se siente cómoda con esta mayoría, no ha permitido su renovación, como sería normal en un estado democrático y de derecho que funcionara correctamente. La división de poderes es un elemento esencial y el poder judicial es uno de los tres pilares esenciales. Ante esto, el jefe del Estado, cuya función constitucional es arbitrar por el funcionamiento regular de las instituciones, se ha lavado las manos y se ha puesto de perfil, haciendo buena la estrategia inmovilista de la derecha.
La realidad de hoy es que Felipe VI y la familia del rey sólo son noticia cuando hay ruido o cuándo pueden llenar las redes de rumores vinculados a temas personales. Que el rey emérito Juan Carlos I, atrapado por los negocios turbios en los que intervenía, por el dinero acumulado en el extranjero y por los problemas con hacienda se haya expatriado a Abu Dhabi es de una gravedad inclasificable, pero gracias a la sordina de medios y poderes fácticos, esto ya no escandaliza a la ciudadanía. Como en el cuento del vestido nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, todo el mundo sabe a ciencia cierta que el rey va desnudo, pero eso ya no le importa a casi nadie, ni al CIS. Sólo le defiende la derecha.