Entre 1981 y 1983, en medio de una de las muchas improvisaciones de aquella transición que había decidido construir un estado de las autonomías sin saber ni cuántas ni cuáles (solo para contrarrestar los autogobiernos catalán y vasco), alguien resolvió que la provincia de Madrid sería también una comunidad autónoma. Ciertamente, no lo decidieron los madrileños –que no fueron consultados en absoluto–, ni tampoco lo dictó la historia, ni un sentimiento diferencial previo, ni ninguna reivindicación autonomista de las fuerzas políticas implantadas en la demarcación. Es bastante sabido que todos los símbolos de la nueva entidad política (bandera, escudo, himno...) tuvieron que ser inventados de cero, porque se carecía de cualquier tradición previa.
Para resolver la gobernanza de la capital del Estado y de su hinterland había otras fórmulas posibles: el “distrito federal”, o que el gobierno central ejerciera directamente la autoridad. Y, de hecho, durante una docena de años pareció que esta última era la realidad de facto: la presidencia madrileña de Joaquín Leguina (1983-95) fue poco más que una extensión del felipato. Pero después el PSOE perdió el gobierno de la todavía balbuceante autonomía y, en manos del Partido Popular desde hace veintiséis años, aquel artificio inofensivo nacido en 1983 fue creciendo y transformándose en un temible Terminator, en una de las más poderosas máquinas de guerra política en manos de la derecha española. En el contrapoder que, estos días de campaña, desafía sin complejos y de tú a tú al ejecutivo estatal de Pedro Sánchez.
A esta espectacular mutación –que no se ha visto frenada por los infortunios éticos o penales y las caídas en desgracia de los tres anteriores presidentes regionales, Ignacio González, Cristina Cifuentes y Ángel Garrido– han contribuido factores muy diversos, y le ha dado un empujón definitivo, en sus apenas diecisiete meses de mandato, la actual presidenta, Isabel Díaz Ayuso.
En la base de todo está, probablemente, una sociología particular. La madrileña no ha sido nunca una región fuertemente industrial y, por lo tanto, obrera, excepto durante el franquismo del desarrollo y hasta los años 1980-90. Predominan el funcionariado y los servicios, y unas capas medias antiguas y nuevas con tendencia a vestir (loden y fachaleco), pensar y votar en un estilo aristocratizante, como si fueran mucho más acomodados de lo que la mayoría realmente son. Personas que todavía ven la política en términos de azules y rojos. Individuos para los cuales las tapas y la cañita constituyen derechos fundamentales.
Este way of life y esta cosmovisión (llena de comunistas y chavistas con el cuchillo entre los dientes) se ven alimentados por una coalición mediática tan formidable como desvergonzada, y cuentan con fuertes complicidades entre los poderes judicial y parajudicial. Recuerden que la exclusión de Toni Cantó de la candidatura del PP fue de un pelo (el voto de calidad del presidente del Constitucional). Observen que ni la Junta Electoral Provincial ni el juzgado de guardia han querido ordenar la retirada del indecente cartel de Vox; se trata de no hacer enfadar al único posible aliado de Díaz Ayuso... En fin, y al menos desde el mandato de Esperanza Aguirre, en nombre del “liberalismo” se ha ido convirtiendo la comunidad autónoma en un paraíso fiscal tierra adentro, en un tipo de Islas Caimán de secano.
La presidenta-candidata, por su parte, ha sabido personificar en muy poco tiempo y a la perfección el canon folclórico de la maja, de la chulapa madrileña. ¿Que dice el doctor Simón que la ciudad de Madrid ha tenido un 35% más de mortalidad por covid sobre la media española? Bueno, ¿y qué?, responde desafiante Díaz Ayuso. Pero bares y restaurantes han restado abiertos hasta entrada la noche con gran satisfacción tanto de clientes como de empresarios y trabajadores del sector; y la ciudad se ha convertido en la Meca de decenas de miles de jóvenes franceses fugitivos de las restricciones del Hexágono; y hemos podido practicar el victimismo por anticipado de las críticas y presiones que nos ha dirigido el gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez; y le hemos hecho frente, contraponiendo a sus políticas liberticidas un modelo –nunca mejor dicho– de barra libre.
Ya hace dos décadas Pasqual Maragall pronosticó en un famoso artículo que "Madrid se va". A pesar de definir la comunidad que preside como “España dentro de España”, Díaz Ayuso ha practicado un separatismo light, un secesionismo ideológico con veleidades de ciudad estado que, si triunfa en las urnas el día 4 de mayo, puede tener consecuencias incalculables para la arquitectura política española.
Madrid, Madrid, ¡qué bien tú nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes com plomo en las entrañas.
Esto escribió Antonio Machado en las horas épicas y dramáticas del 7 de noviembre de 1936. Hoy, y por desgracia, en las entrañas madrileñas anidan más bien el trumpismo castizo y el neofranquismo casposo.
Joan B. Culla es historiador