A medida que hace años, se soporta menos el calor, ya lo sé. Las quejas por el calor son como las quejas por los petardos; proporcionales a la edad de cada uno. Pero a estas alturas, ni aquella señora que se tostaba en la toalla como un dental en el horno niega el cambio climático. Ella también lo dice. Hace más calor que antes. El otro día, un campesino me decía que ahora, en verano, las tomateras se escalfan. Antes no. Si una tomatera se calienta, nosotros también.
Este verano, el turismo de playa hará lo que siempre hace, aunque llegar a la playa (en tren, coche o autobús) será exponerlos a la licuación irreversible. Pero el otro turismo, el que quiere pasear, alquilar bicicletas, ver museos, ir a catas a viñedos, se lo pensará, a la hora de realizar un viaje en agosto a un lugar cálido. Hacer un viaje en agosto significa que de doce del mediodía a seis de la tarde debes estar cerrado. Esto quiere decir que el hotel o el apartamento o el camping no puede ser tan “de batalla” como si sólo fueras a dormir, reventado de todo el día de andar. Las horas en las que se puede salir a la calle (las seis de la mañana, las nueve de la noche...) los museos están cerrados. Alguien dirá, claro, que suerte. Que ya está bien que no vengan guiris a nuestra casa. Pero estoy pensando también en nosotros haciendo de guiris en casa de los vecinos. Y sí, sí, ya lo sé. Nosotros no somos guiris. Somos viajeros. Los guiris son siempre los demás.
El cambio climático nos hará, seguramente, cambiar la temporada alta y la temporada baja o los destinos. ¿Quién puede ir a París, a Roma, a Nápoles, a Atenas, a Figueres, a Nueva York a Barcelona en El Cairo en agosto? ¿Quién puede andar, en verano, bajo el sol, por las ruinas de Empúries o las de Pompeya?