Paula Mateu escribía en el ARA un reportaje, “No queremos que nuestro hijo juegue a fútbol”, en el que se hablaba de este deporte como actividad extraescolar y de ocio para niños (y cada vez para más niñas) que sin embargo, provoca algunas reticencias en los adultos. “También hay familias que ven al fútbol como un juego poco inclusivo. Esto es precisamente lo que ha llevado a la comisión de extraescolares de la AFA de la Escuela Auditori, del barrio de Poblenou de Barcelona, a no incluir en su oferta de actividades deportivas el fútbol”, escribía la periodista. Y explicaba que Carmen Molins, miembro de esta comisión, decía que habían “apostato por el voley y el hockey patines porque en estos dos deportes todos los niños parten de niveles más bajos, no hay tantas diferencias técnicas como en el fútbol y no hay niños que enseguida queden excluidos porque tienen menos destreza”.
Sufrir por si hay niños con menos nivel que otros en una disciplina es muy lógico, pero evitarlo cambiando de disciplina, porque todos parten de niveles más bajos, me parece poco realista y muy poco razonable. ¿Qué harán en la comisión cuando, al cabo de los años, como es normal, los niños se familiaricen con ellos, cojan experiencia y haya algunos –en todas partes pasa– que destaquen? ¿Volver a cambiar de deporte? ¿Por qué se hace así con el fútbol cuando resulta que nunca se haría de los mais, por ejemplo, con la música? En una extraescolar de violín se podrían hacer niveles, pero no se decidiría cambiar en la trompeta, donde todos partieran de cero, para evitar que algún niño virtuoso destacase demasiado. En la etapa infantil, destacar en según qué ámbito (motociclismo, atletismo, canto, danza, escritura, matemáticas, robótica...) está bien visto y se considera un mérito. Salvo en el fútbol.