Deseo

El verano es para los cuerpos

Cuerpos abrazándose
31/07/2025
3 min

El verano es bueno para la memoria, quizás porque disponemos de un tiempo vacío de actividad y contenido que favorece las divagaciones mentales. Pero la memoria no es solo una actividad cerebral, como no lo es ninguna que surja de la conciencia. Mal favor nos hizo Descartes condenándonos a la división radical del dualismo. El recuerdo se ancla en el cuerpo, en el tacto y los sentidos y después, si somos capaces, se convierte en palabra. Hay un oreo concreto, un viento del que no conozco el nombre, que me traslada a unas tardes de verano en las que las mujeres de mi familia rompían el silencio impuesto por la larga siesta con un trasiego de vasos y teteras. Entonces extendían una alfombra de rafia en el patio, y allí, en esa esquina que formaban las paredes de adobe, se originaba ese viento. Hace años que no he vuelto al patio de la casa vieja de mis abuelos, y por eso es un consuelo que en mi refugio veraniego, mucho más en el norte y en un mundo radicalmente distinto a aquel de una ruralidad preindustrial, sople de vez en cuando el viento que no sé nombrar en ninguna de mis lenguas. No son fotografías ni relatos ni documentos ni archivos lo que me traslada a ese tiempo, sino una sensación física. No sé si es de verdad mi magdalena de Proust o me lo he inventado y creído para paliar la añoranza.

La memoria, los pensamientos, la escritura misma, los situamos en la cabeza o incluso fuera del cuerpo, en algún espacio virtual llamado "conciencia", "mente". Como si pudiéramos ser sin carne y hueso y todas las contingencias biológicas que caracterizan nuestra materialidad. Y así yo simulo que les escribo todo esto fuera de mi forma física y no les digo que ahora no sopla la tramontana y las palabras que tecleo conviven con el ruido del toldo de los vecinos o el gemido remoto de un panel oxidado. Escribir me libera de las circunstancias del presente y, en cambio, siento que no puedo escapar de ellas, que el simple ejercicio de querer trasladar a la página en blanco algo que pueda ser leído me obliga a una honestidad conmigo misma que podría sortear en otros ámbitos. Quizá por eso a veces cuesta escribir, como cuesta sentarse ante un terapeuta el rato que dura la visita y decir cualquier cosa que queramos, sin el corsé de los deberes y las convenciones y con un profesional que nos presta una atención plena, tan escasa ahora que la tenemos que pagar. Quizás es por eso que esperamos las vacaciones, no solo para descansar, para "desconectar" de las obligaciones laborales y las rutinas rígidas que organizan nuestros días, sino para poder tener un tiempo en el que, en teoría, podemos escucharnos más el cuerpo, atender sin prisas los latidos que emergen de él y que venimos sofocando desde hace meses. No es una evasión, sino todo lo contrario: una vuelta a un estado que suponemos natural, sin ruido ni humos ni prisas ni retenciones kilométricas. Por eso el verano favorece el buen amor y el buen sexo, aunque muchas parejas no llegarán a septiembre, según dicen las estadísticas al respecto. No son solo las temperaturas más altas y la piel bronceada y el buen vino lo que hace aumentar la actividad en estos días. Son las horas de las que no disponemos el resto del año y que permiten el surgimiento del deseo real. Y la atención plena, el verdadero secreto de los amantes virtuosos. O produces o follas, podríamos decir, y por eso una sociedad obsesionada con el dinero no favorece el buen sexo. Ni las numerosas obligaciones de nuestra forma de vida, tan avanzada, que desprestigia los placeres improductivos y gratuitos a no ser que se puedan monetizar de algún modo. Lo más subversivo que podemos hacer hoy, un acto casi revolucionario, es disfrutar de quienes queremos y amamos y deseamos y perdernos en ellos para descubrirnos más libres, más humanos.

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