

Solo hace dos meses que Donald Trump es presidente, pero la violencia con la que actúa se ha filtrado a la sociedad, ha tensionado a las instituciones estadounidenses y ha cambiado las relaciones comerciales y políticas con el exterior. Todos sabíamos quién es Trump desde el primer mandato y solo nos puede sorprender la aceleración y la profundidad de la actuación. Desde la primera campaña hasta el asalto al Capitolio pasando por la condena por el caso Stormy Daniels, todo indicaba los modos de autócrata de Trump: cómo celebraba la violencia contra los manifestantes durante los mítines; cómo procuraba deshumanizar y desacreditar a la prensa; las amenazas de utilizar el poder presidencial contra los oponentes; su lenguaje de odio y los mensajes racistas subliminares; las imágenes que mezclaban dinero, corrupción, globalización y poder; su desprecio por los hechos comprobables y por las reglas democráticas; cómo confundía el interés público con el privado; el elogio de los tiranos.
La fuerza de la andanada reaccionaria sobre las instituciones estadounidenses puede resumirse en las palabras graves del ex director del Washington Post Martin Baron: "La democracia está contra las cuerdas en Estados Unidos". En una conversación con el ARA, Baron admite que "las instituciones democráticas de Estados Unidos son más frágiles de lo que pensábamos" y que la personalidad de Trump y su manera de ejercer el poder lo acercan peligrosamente a los autócratas. Baron, diecisiete veces premio Pulitzer, afirma que el presidente estadounidense "ha superado los límites de sus poderes constitucionales" y pide ver cómo actúa el Tribunal Supremo. La gran pregunta, aún sin respuesta, es si el alto tribunal, hoy de mayoría conservadora, hará de dique de contención y si la democracia estadounidense resistirá.
Los mecanismos de equilibrio tradicionales entre las instituciones comienzan a hacer aguas: las dos cámaras apoyan a Trump, el partido republicano ha desaparecido como tal y se ha convertido en el movimiento personalista MAGA (Make America Great Again), los demócratas no saben qué estrategia ni liderazgo adoptar y los medios de comunicación fiables son objeto de desprecio, críticas y campañas para ahogarlos económicamente y en su credibilidad.
Baron, un hombre que ha construido su gran prestigio con ponderación y precisión, afirma que Trump es un autócrata en potencia y remata con ironía: "Creo que cuando algunas personas dicen que quiere ser rey, subestiman sus intenciones. En realidad quiere ser emperador".
Si la judicatura está siendo atacada, la oposición está desaparecida, Musk tiene acceso a información privilegiada y la administración se está desmantelando con criterios ideológicos y no solo de eficiencia pública, el periodismo independiente hace frente a grandes dificultades.
Las grandes plataformas tienen espacios publicitarios infinitos que compiten con los de los medios tradicionales, y la IA generativa les permite generar contenidos informativos sin enlazar los medios de donde proviene la información. Paralelamente, los medios compiten en las redes en igualdad de acceso con seudomedios y propagandistas alimentados por intereses poco transparentes. El resultado es que a la amenaza de la sostenibilidad económica se le suma el desprecio del trumpismo contra la prensa que publica lo que no le gusta.
Ante esto Baron se mantiene firme en la visión que ya definió claramente cuando Trump iba contra periodistas disidentes en el primer mandato. Entonces, pronunció la gran frase: "Nosotros no estamos en guerra con el gobierno. Nosotros estamos trabajando". Pero el empeoramiento constante de los ataques a los periodistas, con insultos y procesos judiciales multimillonarios para hundirlos, ha hecho que algunos reclamen pasar al periodismo de cruzada. Barón no cede. "Imperturbables, educados, serenos y distanciados —hay que hacer una cobertura informativa inteligente— para evitar que nos trastoque. Mostrar que el trabajo de los periodistas es real y relevante, y no un simple entretenimiento pasajero. Sermonear, interrumpir y abandonar la sala no figura en el manual del periodista", escribió en Frente al poder (La Esfera de los Libros). Baron recuerda que la misión –no la guerra– del periodista es "ofrecer al público la información que necesita y merece tener para poder autogobernarse", y añade: "No somos taquígrafos, somos periodistas; no somos activistas, somos periodistas. Tenemos que mantener nuestra independencia y, sea cual sea el gobierno, debemos hacer nuestro trabajo con honestidad y precisión".
En el libro Cómo mueren las democracias (2018), los profesores de Harvard Levitsky y Ziblatt advertían: "Deberíamos preocuparnos cuando un político rechaza de palabra u obra las reglas del juego democrático, niega la legitimación de sus oponentes, tolera o fomenta la violencia o da a entender que tiene la voluntad de coartar las libertades civiles de los adversarios, incluidos los medios". ¿Hablamos de la paja en los ojos de Estados Unidos o reflexionamos sobre nuestras vigas en Catalunya y España? Este será otro artículo.