¿Dónde vivirán nuestras abuelas y abuelos?

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Residencias de personas mayores

Carles Mundó se preguntaba hace unos días dónde vivirán nuestros hijos, víctimas principales de los precios estratosféricos de la vivienda. Con nula capacidad de ahorro, no pueden soñar con ser propietarios y se convierten en inquilinos precarios, compartiendo piso con amigos más allá de los 30 años. ¿Formar una familia? Complicado, mejor dejarlo correr. La crisis de natalidad no dejará de agravarse. Me pregunto que les va a pasar a sus padres y abuelos. El envejecimiento de Cataluña aumentará: las proyecciones demográficas apuntan a que en 2050 una de cada tres personas tendrá más de 64 años (y dentro de este colectivo, uno de cada cuatro superará los 84 años). Con menos nacimientos y personas de edad avanzada, la necesidad de mano de obra extranjera, es decir, de inmigrantes, también se incrementará. Entre otras cosas, en ellos recae y recaerá el cuidado de los ancianos.

¿Qué futuro les espera –nos espera– como personas mayores? La carencia de residencias, con largas listas de espera, es un problema endémico. Ahora existen 12.000 solicitudes no atendidas. También hay casi 70.000 mayores en la cola para recibir una ayuda a la dependencia a pesar de tener reconocido su derecho. A pesar de los esfuerzos de los últimos años (residencias, centros de día, sociosanitarios, atención domiciliaria, teleasistencia), el estado del bienestar catalán no tiene capacidad suficiente para garantizar el bienestar de nuestros mayores. El principal esfuerzo, tanto económico como asistencial, acaba recayendo en las familias, y todavía muy claramente en las mujeres. Pero las familias ya no son lo que eran: las mujeres se han incorporado al mercado de trabajo, el poder adquisitivo no deja de disminuir (tanto por el estancamiento de los sueldos respecto a la inflación como por el mencionado aumento del precio del vivienda) y la familia nuclear se ha empequeñecido (pocos hijos para cuidar a los propios padres; o directamente ningún hijo).

El problema es grave y no tiene fácil solución. Se añade, además, un elemento extra que no puede descuidarse: en la mayoría de los casos, las personas mayores lo que quieren es vivir la vejez en su casa, en su entorno familiar, su barrio o pueblo. Lo del entorno es muy importante e incluye desde la farmacia hasta el resto de tiendas, de la biblioteca en el centro cívico, el CAP y el mercado, y por supuesto la ayuda necesaria a domicilio. De hecho, los expertos cada vez defienden más ese derecho a permanecer en el piso o casa de toda la vida, donde te sientes cómodo y seguro, porque la parte emocional es crucial para la salud. Pero un modelo así, de proximidad y comunidad, requiere de más recursos y mucha coordinación entre los profesionales médicos y sociales. Estamos lejos de esto.

Para quien pueda garantizarse el derecho a permanecer en casa, la residencia será el último recurso, cuando por razones físicas y médicas ya no haya otro remedio. Esto no quiere decir que no se tengan que seguir creando plazas de residencia (igualmente faltan muchas para atender la demanda actual) y que, al mismo tiempo, no tenga que mejorar su modelo de funcionamiento (hacerlas más abiertas a la vida exterior, con mayor libertad de movimientos para residentes y familiares). Se está yendo hacia ahí: la pandemia fue una gran sacudida. Siguiendo el ejemplo de países del norte de Europa, también habría que fortalecer, vía promoción pública o concertada, la oferta de pisos asistidos, con zonas de servicio comunes, otra forma de garantizar una vida autónoma en un entorno amable de acompañamiento .

Todos estos cambios ya están sobre la mesa, pero no se está haciendo una auténtica prioridad política. Los recursos y acciones llegan con cuentagotas. Estamos sobreenvejeciendo a gran velocidad, pero estamos reaccionando con exasperante lentitud. Los afectados y las entidades del Tercer Sector Social llevan tiempo levantando la alerta. La respuesta habitual son mejores palabras que hechos: se mejora demasiado despacio. Lo decía con una energía digna de admiración este jueves Mercè Mas, de 92 años, una veterana de la defensa de la gente mayor: "Llevan años dejándonos hablar, pero no escuchando". ¿Escuchará el nuevo gobierno? ¿Dónde vivirán y cómo vivirán nuestras longevas abuelas y abuelos?

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