Se hace difícil hablar de nada mientras Israel, que viene de devastar a Gaza, ha comenzado una guerra contra Irán, Trump abandona apresuradamente la cumbre del G-7 mientras habla de evacuar a Teherán y en Ucrania hace ya más de tres años que continúa la invasión rusa, todo con un sangriento peaje en vidas humanas.
Vivimos lo más parecido a la "Guerra Mundial a pedacitos" que decía el papa Francisco. Y no es sólo la sucesión de acontecimientos –que si uno es grave, el otro más–, sino la constatación de que o no haya nadie al volante o de que los que quisieran frenar no pueden y los que podrían frenar no quieren, como si hubiéramos entrado en una especie de barra libre de violar derechos humanos para retocar fronteras o afianzar hembras complejas todos juntos viajamos en una montaña rusa fuera de control.
Encima, en un mundo de pantallas como éste, pasamos de los vídeos de gatitos al de la locutora iraní que abandona el plató toda asustada, entre el estruendo y el polvo del misil que ha caído en directo sobre la televisión mientras estaba delante de la cámara. Entramos y salimos del horror real a la normalidad de nuestra vida cotidiana, que ahora está pendiente del final de curso, la verbena de San Juan y las vacaciones. Son momentos de administrarse una dieta informativa soportable y de captenerse por no añadir más caos a la inestabilidad psicológica a la que nos aboca una situación tan contrastada. Y también son tiempos de valorar lo que tenemos y que damos (ahora se ve que equivocadamente) por supuesto.