Los propietarios del restaurante Santornemhi
29/04/2024
3 min

BarcelonaLlueve mucho, en Barcelona. No hay nadie en la calle, y quedamos, con el compañero fotógrafo, que iremos a hacer un desayuno de tenedor, veamos si encontramos a "alguien". Vamos a un restaurante sentimental. Antes el ARA estaba junto a la Bodega de Gelida. Los trabajadores habían medio pactado, con sus dueños, que después de la jubilación se le quedarían. No fue así, al final, y ellos, todos ellos, después del trabajo, abrieron otro local. Se llama Santornemi. Son una cooperativa.

Me los encuentro pelando ajos tiernos y habas. No hay tele en el local. Abren a las ocho y media y cierran a las cuatro. ¿Platos del día? Habas, xató, mejillas... Bacalao, porque es lunes y los lunes no hay pescado. "Yo trabajaba en El Jabalí", me cuenta uno de los trabajadores, Álvaro Albéniz. "También había estado en el Reina, te había servido...", hace. "¿Te acuerdas?" Y sí que me acuerdo. En otra vida, hace mil años, iba los viernes, sola, al Reina, y pedía, invariablemente, anchoas, queso, foie y pan con tomate con cava. Después trabajó en Yamadori, y antes del Gelida en el Taktikaberri. Y, plegándose de brazos, hace: "Yo estuve con el ex de mi hermana en el Centollo".

La hermana de Álvaro, Laura, el alma del lugar, me cuenta más cosas. En el local de antes estaban Bernardo y Lisa, que son filipinos y ahora han montado un local llamado El Bo d'en Bernat. "¿Te lo imaginas?" Es del mismo estilo que el antiguo Gelida. En la cocina, todo el mundo se ríe cuando les pregunto si han visto la comparecencia de Pedro Sánchez. "A mí me ha salido al móvil", dice uno de los cocineros. "Pero aquí estamos para otras cosas". Laura sonríe y me pone una copa de cava. "Los políticos no saben nada de la hostelería. A mí me vino, el otro día, un chico de segundo que no sabía la diferencia entre una merluza y un rap".

La falsa dimisión

Llega un hombre que deja el paraguas en la entrada. "¡Hola, señor Bertran!", hacen todos. En la cocina siento: "¡Vainilla y kéfir!". Entro. La tarta de queso y el tiramisú me parecen fuera de serie. "Nosotros hablamos catalán, y es un gran qué", hace uno de los trabajadores. Y, oliendo la tripa, el capipota, las habas, pienso que sí, que es un gran qué. Qué expresión tan preciosa.

"¿Sabes quién ha dimitido?", le preguntan, todos ellos, al señor Bertran.

"No, ¿quién?", pregunta él.

"¡Pedro Sánchez!", grita un cocinero. Y entonces hace: "No, no. ¡No ha dimitido! Al revés."

"¡No sé quién es!", exclama el señor Bertran. Y añade, mirando la lluvia: "Bueno, me voy a regar las plantas... Que me paguen la pensión, eso es lo que quiero. Que la pagan desde allá, no desde aquí".

"No hemos visto la comparecencia de Pedro Sánchez –me dice uno de los cocineros– porque teníamos trabajo". "¿Hay margen para ayudar a la cocina desde la política? Sí. Pero deben venir a estos lugares, que no vienen. Somos unos pringados, esto es así", hace Laura. "Pero llevamos la hostelería en la sangre: de pequeños, en Pamplona, ​​a comer croquetas en el bar. ¿Qué quieres? ¿Qué querrías?"

Sonrío y pido. Y como, claro, contentísima, un poco de bacalao con espinacas y alioli gratinado por encima que es para que canten los ángeles. "Aquí, cuando alguien habla de política, todo el mundo cambia de tema", me dice uno de los trabajadores, y vuelve a llenarme una copa de cava. "¿Sabes qué ocurre? Que los lunes es un día flojo", me cuentan. "Los lunes viene siempre un señor que a veces se deja la piñata al lavabo". Se refieren a la dentadura. "¿Me he dejado las dentes aquí?", se ve que les pregunta.

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