Los independentistas y la fatiga de los metales

Pere Aragonès en la sede de ERC valorando los resultados del 12M
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MadridLos expertos en ingeniería mecánica explican que la fatiga de los metales ha sido largamente estudiada –intensamente desde el siglo XIX– y que su causa más frecuente es la variación en las cargas que soportan los elementos afectados. Que me perdonen los ingenieros si esquematico demasiado, pero esta explicación científica me ha hecho pensar en los últimos días en las posibles razones de los resultados de las elecciones catalanas, y en sus consecuencias. No sé si los liderazgos de los partidos y la forma de ejercerlos pueden compararse con el fenómeno relativo a la fatiga de los metales y las causas que la provocan, pero diría que existen ciertas similitudes.

Se ha utilizado mucho el argumento de que la respuesta dada por el electorado a la cita del 12-M obedecía a una situación de cansancio entre los ciudadanos. Ahora bien, me pregunto si esa saturación es la causa de la insatisfactoria cosecha de los partidos independentistas, o más bien el efecto de su estrategia. La fatiga de los metales electorales sería, en este supuesto, un resultado indeseado de las sucesivas y variables cargas con las que se ha tratado el cuerpo social de Catalunya. Dicho de otra forma, que la esencia del discurso independentista haya sido la aplicación del martillo pilón de las ideas de amnistía y de autodeterminación –eso sí, con intensidad variable– debía producir el resultado de una grieta y después una quiebra.

Por otra parte, el camino emprendido por ERC y Junts en el Parlament español, abriéndose al diálogo y facilitando la investidura del líder socialista, era de difícil retorno. Y la amnistía fue aceptada por la Moncloa con relativa facilidad, porque debía regularse por ley, y por tanto siempre se podría decir que no era una decisión unilateral del PSOE, sino un acuerdo del órgano legislativo, es a decir, sometido a la institución en la que reside la soberanía popular. La discusión sobre la constitucionalidad o no de la medida la resolverá ya el Tribunal Constitucional, y no cabe duda de que lo hará para avalar el acuerdo parlamentario.

La sociedad catalana era –y es– mayoritariamente partidaria de la amnistía, aunque no todo el mundo apoya por razones de equidad. Una parte lo hace por el deseo de favorecer el fin de una etapa. En cambio, la posibilidad de que fuera aceptado un referendo de autodeterminación siempre ha sido mucho más remota, por no decir nula. La insistencia en reclamarle contra toda perspectiva de que la propuesta prosperara no ha hecho más que acelerar la fatiga de los metales electorales. Sobre todo porque paralelamente se ha ido poniendo de manifiesto que la sociedad catalana tiene muchos problemas pendientes de solución a los que era necesario dedicar más atención y más recursos. La lista de estas necesidades es muy amplia, porque incluye la educación, la sanidad, los servicios sociales, las infraestructuras –pensamos en Cercanías–, la sequía, la seguridad ciudadana y la vivienda, entre otras muchas.

En este contexto el mejor mensaje que podría ofrecer el nuevo Parlament a la sociedad catalana es el de mostrar capacidad para conseguir un inicio de legislatura sin pérdidas de tiempo. No se trata de hacerle la vida más cómoda a Pedro Sánchez, sino de remangarse. Si el elegido es Salvador Illa no siempre tendrá fácil el diálogo con el propio ejecutivo español. El PSOE tiene puesta en él mucha confianza y estos días repite que el gobierno de la Generalitat se decidirá en Catalunya. Pero después vendrán los días grises y llenos de nubes, en los que cualquier acuerdo con la administración catalana será considerada una concesión o privilegio. Isla tiene buena relación personal con Sánchez, y eso siempre ayuda. Pero la Generalitat deberá apretar más de una vez, porque las tendencias recentralizadoras están ahí siempre y porque el gobierno tendrá que hacer frente a un clima de sospecha permanente.

El aliado real en Cataluña es el PSC

La ventaja de Isla es que no estamos en otras fases de la vida política española, cuando al PSOE le interesaba esquivar al PSC para entenderse directamente con CiU, aunque estuviera al precio de no tener el gobierno de la Generalitat. La dirección socialista debe ser consciente de que tras las recientes elecciones autonómicas su principal aliado real en Catalunya es el PSC, y deberá demostrar que le respeta.

En todo caso, antes de llegar a poder hacer estas comprobaciones deberá darse algún tiempo para que los partidos independentistas se reubican en la nueva realidad. No suman mayoría, y esto tiene muchas consecuencias. Algunas, ya lo vemos, en forma de renuncias y dimisiones, en particular en ERC, donde el retroceso electoral ha provocado un terremoto. Es un proceso doloroso para un partido que ha actuado con responsabilidad jugando con claridad, no al toma y daca. Y ahora no tiene otra salida que mantenerse fuera del Gobierno, pero sin contradecir las opciones que escogió. El problema, en cualquier caso, no lo tienen exclusivamente los republicanos. Lo tiene el mundo independentista en su conjunto. En este sentido, Junts en general y Puigdemont en particular saben que comienza una nueva etapa, con ellos alejados del ejercicio del poder. El grupo parlamentario en Madrid es una palanca pero no un poder ejecutivo con organización administrativa y presupuestos.

La burguesía que durante muchos años apoyó a CiU y la alimentó tendrá que reaccionar tarde o temprano. Sobre una cinta mecánica se puede caminar mucho, incluso se puede correr, pero no se va a ninguna parte. La imagen más probable que quedará en los últimos años no será precisamente de avances sustanciales en materia de autogobierno. Y veremos si hay capacidad para poner en marcha el cambio de financiación autonómica y si el punto de llegada tiene algo que ver con la reivindicación de un “modelo singular” –desafortunada expresión– para Catalunya. Por el momento, Sánchez va colocando mensajes para marcar el terreno. Uno clarísimo lo soltó este viernes en La Sexta, cuando dijo que Puigdemont "debe asumir la realidad", es decir, darse cuenta de que después de los resultados electorales no será investido presidente de la Generalitat, y menos con el voto de los socialistas. Siguiente parada, las elecciones europeas. Pasadas las catalanas, el PP vuelve a la calle el próximo domingo. Veremos con qué tipo de campaña, y cómo va a gestionar su permanente disyuntiva entre moderación y radicalidad. Feijóo sigue en la carrera, pero sudando mucho y mucho la camiseta.

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