Quizás eres alcohólico y no lo sabes
Los expertos alertan sobre el alcoholismo funcional: personas con una vida normal a simple vista pero con dependencia del alcohol


BarcelonaEva Tenorio Álvarez, de 47 años, asegura que sólo bebía con amigos, en actos sociales, cuando salía de fiesta… Ni mucho menos lo hacía cada día y tampoco tenía alcohol en casa. De hecho, sus conocidos no consideraban que fuera una alcohólica, sino una juerguista.
Laia Bautista Servat, de 26 años, bebía sólo los viernes y los sábados por la noche. Hacía los típicos botellones que tantos jóvenes hacen. Tampoco se planteó nunca que eso fuera perjudicial. Sin embargo, tanto ella como Eva tenían un problema y bien gordo.
El actor Eduard Fernández confesó días atrás en una entrevista con Jordi Évole que durante muchos años ha sido alcohólico. Puso en evidencia que se pueden hacer películas magníficas como El 47, ganar un Goya al mejor actor y tener un problema con el alcohol. Es lo que los profesionales llaman "alcoholismo funcional": personas que a simple vista tienen una vida normal, trabajan y tienen una familia. Ni han tocado fondo, ni dan eses por la calle, pero tienen una dependencia del alcohol.
También hace pocas semanas se estrenó la películaDesmontando un elefante, que relata la adicción al alcohol de una reconocida arquitecta y pone sobre la mesa dos temas cruciales: que esto no va de clases sociales, es un problema que puede afectar a cualquiera; y que es un elefante que no queremos ver. El consumo de alcohol está normalizado en nuestra sociedad. De hecho, es la única droga que nos ofrecen sin reparo en cualquier restaurante: “¿Quiere un chupito?”. En cambio, paradoxalmente, caer en la adicción es un tabú. Quien es alcohólico lo esconde, es muy difícil que lo diga públicamente. Otros minimizan el problema y muchos ni tan siquiera son conscientes de que lo tienen.
Esto es lo que le ocurrió a Eva Tenorio Álvarez: estuvo años yendo de médico en médico sin saber qué le pasaba. Sufría depresiones y era consciente de que cuando empezaba a beber no era capaz de parar. Tomaba una copa, otra y otra, hasta que terminaba muy bebida. Pero los médicos no le daban importancia, porque no bebía todos los días. Hasta que un psiquiatra le dijo todo lo contrario: que el alcohol era precisamente su problema.
“Después me di cuenta de que la depresión era en realidad el síndrome de abstinencia”, explica Eva, que se define como “alcohólica”, aunque admite que es una palabra que no le gusta. “Lo hago para romper el estigma. El alcoholismo es una enfermedad. Es como si dijéramos a una persona que tiene cáncer que es una cancerígena. La gente piensa que bebemos porque queremos, pero no lo podemos evitar”. De hecho, la manera correcta de llamar a esta patología es síndrome de dependencia al alcohol o trastorno por uso de alcohol.
Eva estuvo en tratamiento mucho tiempo, pero nunca ingresó en un centro de recuperación, ni dejó su trabajo de administrativa. Eso sí, desde hace seis años y medio que no bebe ni una gota de alcohol. Ya no tiene depresiones ni problemas estomacales, ni necesita pastillas para dormir, ni le falta vitamina A, que es algo que siempre le indicaban las analíticas. Y es una de las poquísimas personas que se ha dejado fotografiar de la más de una docena con dependencia al alcohol que ha entrevistado el ARA para este reportaje. Su objetivo ahora es ayudar a otras personas: en 2022 fundó la asociación Proyecto Vida, la primera de Andorra para el tratamiento de adicciones.
De hecho, Laia Bautista Servat, que también es andorrana, se planteó que tal vez ella también tenía un problema con el alcohol cuando conoció el caso de Eva. Bebía solo los viernes y los sábados, pero en una noche se podía meter perfectamente una o dos botellas de vodka o ginebra. Y asegura que no era la única: algunos de sus amigos hacían lo mismo. “Cada uno de nosotros poníamos cinco euros y comprábamos varias botellas”. Desinhibirse, pasárselo bien, sentirse guay. Eso es lo que pretendían. Pero después ella se dio cuenta de que emborrachándose lo que realmente buscaba era huir de los problemas que tenía en casa. “Era mi método de escapada”.
Laia también es de las pocas que ha aceptado dar su testimonio a cara descubierta. “No me avergüenzo, porque gracias a mi pasado soy quien soy. Hay una cultura del alcohol de la que no somos conscientes y que tenemos normalizada. Nadie nos enseña que hay otras maneras de divertirse o de pedir ayuda cuando tenemos problemas”.
¿Pero cómo podemos saber si tenemos el síndrome de dependencia al alcohol? Según la Organización Mundial de la Salud, un consumo de riesgo es tomar cuatro unidades de bebida estándar al día (UBE) en el caso de los hombres, y dos en el de las mujeres. O beber seis o más UBE de una sentada en el caso de los hombres, y cuatro o más en el de las mujeres. El cuerpo femenino metaboliza peor el alcohol, por eso los parámetro son diferentes. Una UBE equivale a una copa de vino o cava, o una cerveza, o un carajillo o un chupito.
“Tener un consumo de riesgo tampoco significa ser alcohólico, pero es la puerta a la adicción”, puntualiza el doctor Gabriel Rubio, psiquiatra especializado en el tratamiento de la dependencia al alcohol y autor del libro El laberinto de cristal. Cómo detectar las señales y actuar si vives con un adicto al alcohol. “La adicción al alcohol no se cuantifica por la cantidad de alcohol que se consume, sino por la relación que tienes con la bebida”, añade. Por eso es un terreno tan pantanoso y difícil de identificar. Más aún teniendo en cuenta que uno de los síntomas del alcoholismo es precisamente la negación del problema, según los expertos.
“Te auto engañas porque, si reconoces que tienes un problema, le tienes que poner solución y tú lo que quieres es continuar bebiendo”, explica Àlex Florensa, adicto recuperado y director del Centro de Adicciones Eines, en Sant Cugat del Vallès. Según él, el hecho de beber una botella de vino y que no te afecte ya es motivo de alarma. “Eso quiere decir que tu cuerpo ha creado una tolerancia”. O que alguien de tu entorno te alerte de que tal vez bebes demasiado: “Si te sugieren que tienes un problema es que posiblemente lo tengas”, destaca.
El doctor Rubio da más claves: “Tienes un problema con el alcohol si lo necesitas para sentirte bien emocionalmente o para ser capaz de hacer una determinada cosa”. “O si dices que beberás dos cervezas y te bebes cinco. O si priorizas el alcohol sobre cosas más relevantes de tu vida. Por ejemplo, si tienes que ir a casa porque te espera tu mujer y te vas al bar a hacer tres cervezas”, añade el doctor Antoni Gual, que antes era jefe de adicciones en el Hospital Clínic y ahora es director del centro privado Bonanova, en Barcelona. Cada mes atienden cincuenta nuevas visitas, y más de la mitad están vinculadas al alcohol.
Depresión, ansiedad, estrés
“Muchos vienen con depresión, ansiedad, estrés, pero lo que hay detrás en realidad es un problema con el alcohol”, sigue explicando el doctor Gual, que asegura que las personas con alcoholismo funcional difícilmente recurren a la sanidad pública. “Por vergüenza, por miedo”, argumenta.
De hecho, los centros privados de tratamiento de las adicciones no dejan de crecer, según Pau López Ferrer, psicólogo de Adictalia, una empresa privada con sede en Valencia que conoce bien el mercado porque se dedica a orientar a los pacientes sobre la oferta de centros existente. “El precio medio de un centro de ingreso es de 3.000 a 5.000 euros al mes. En cambio, un centro ambulatorio puede costar de 200 a 1.000 euros mensuales”, detalla.
Son las diez de la mañana y tres amigos desayunan en el bar restaurante Foxos, en el barrio de Sant Martí de Barcelona. Tienen una botella de vino sobre la mesa y ya la llevan por menos de la mitad. Uno de ellos, Antonio, de 67 años, admite que él antes bebía mucho: “Por la mañana desayunaba con vino, carajillo y copa. Y también tomaba vino para comer y cenar”. Era bombero y nunca dejó de trabajar, pero tanto alcohol le pasó factura. En 2012 tuvo cáncer. “Te das cuenta [que el alcohol es perjudicial] cuando ya es demasiado tarde”, lamenta. Ahora solo bebe en ocasiones excepcionales.
El camarero del bar, que hace 26 años que trabaja en la hostelería, asegura que “la cervecita o el vinito es lo más normal del mundo para desayunar”. “Desde el que trabaja en la construcción hasta el que lo hace en una oficina”, remata. Resumiendo, que los que no beben son los menos.
Lógicamente, con este panorama, ser abstemio es un reto. “Si dejas de fumar, todo el mundo te felicita. Pero si no bebes, te preguntan qué te pasa, si estás enfermo”, destaca el doctor Gual. “Ir contentillo está normalizado. Como sociedad, tenemos mucho que aprender y revisar”, dice por su parte Rocío Barrero, terapeuta coordinadora del programa ambulatorio de Projecte Home.
Consumo en Cataluña
Según la Encuesta sobre el alcohol y otras drogas en España (EDADES) 2024, en Cataluña el 70,5% de los hombres y el 58% de las mujeres entre 15 y 64 años bebió alcohol alguna vez durante el último mes, y el 12,6% se emborrachó. La edad media para el inicio del consumo son los 16 años. El alcohol también es la causa de más del 50% de las urgencias hospitalarias relacionadas con drogas, y la principal razón para el inicio de un tratamiento especializado por adicción en la sanidad pública en Cataluña. En concreto, 6.555 personas (el 44,3% del total de atendidos) recibieron tratamiento en 2023 por esta causa. Por detrás se sitúan los que consumen cocaína (23,6%).
En Cataluña tenemos la suerte que desde hace 24 años existe el programa Beveu Menys en la atención primaria: los profesionales sanitarios hacen un cuestionario al paciente para detectar un posible consumo excesivo de alcohol, y le dan consejos para reducirlo. También tenemos una red de atención especializada con 63 centros de atención y seguimiento de las adicciones (los denominados CAS) y una decena de unidades hospitalarias de desintoxicación, además de plazas concertadas en centros de día, comunidades terapéuticas y pisos de inserción.
“La red es modélica, pero el problema es que está muy saturada”, lamenta Maite Tudela, vicepresidenta de la Federación Catalana de Drogodependencias. Por ejemplo, según dice, la media de espera para una primera visita en un CAS es de 30 días, y de dos o tres meses para ingresar en una comunidad terapéutica. Además, inexplicablemente, los CAS dependen del departamento de Salud, mientras que los centros de día, las comunidades terapéuticas y los pisos de inserción, del de Derechos Sociales.
“Es un tema en permanente estudio, que estamos trabajando para solucionar”, contesta el subdirector general de adicciones del departamento de Salud, el doctor Joan Colom, en referencia a esta contradicción. En cuanto a las listas de espera, declara: “En todos los ámbitos de la salud nos gustaría disponer de más recursos, pero tenemos dificultad de contratación”.
La presidenta de la Sociedad Catalana de Psiquiatría y Salud Mental, la doctora Gemma Parramon Puig, aún va más allá y afirma que “mucha gente no quiere ir al CAS porque lo vincula a los toxicómanos”. En estos centros se trata el alcoholismo pero también otro tipo de adicciones. “La base de la recuperación de una adicción es la identificación con el otro en un grupo. Si tú pones un alcohólico funcional con uno que lo ha perdido todo, el funcional te va a decir que él no es alcohólico y no se va a someter al proceso terapéutico”, apunta por su parte Oihan Iturbide, biólogo clínico, editor en Yonki Books y adicto recuperado.
De hecho, según el doctor Gabriel Rubio, en España sólo un tercio o la mitad de los alcohólicos disfuncionales piden ayuda, y tardan a hacerlo una media de diez años desde que empiezan a tener el problema. Los funcionales, en cambio, difícilmente llegan a la consulta. “Estamos atendiendo sólo la punta del iceberg”. Y en esa punta, las más malparadas son las mujeres, según Mónica Jiménez, psicóloga especializada en adicciones y perspectiva de género y directora del centro terapéutico GenA. “Existe una doble penalización social por el hecho de ser adicta y mujer. Si un hombre se somete a un tratamiento, lo felicitará todo el mundo. En cambio a una mujer le dirán que es una mala madre”, pone como ejemplo. Ellas siempre van solas a la primera visita, añade. En cambio, e ellos siempre les acompaña alguien, normalmente una mujer.
"Hola, me llamo Núria y soy alcohólica". "Hola Núria", le contestan todos al unísono. Las reuniones de Alcohólicos Anónimos son, a simple vista, cómo aparecen en las películas. Pero lo que sorprende es que muchos de los que participan nunca dirías que tienen un problema con el alcohol. Puedes encontrarte desde una mujer toda acicalada que no desentonaría nada en una reunión de ejecutivos, hasta un hombre que lleva un peluche en la mochila porque acaba de dejar a su hijo en la escuela, o una anciana adorable. "Yo, antes de venir aquí, también pensaba que solo estaría los borrachos de la calle", comenta una de las asistentes.
Alcohólicos Anónimos tiene unos ochenta grupos de ayuda mutua en Cataluña, formados cada uno por una media de entre diez y quince personas. En el caso de Barcelona, hay grupos todos los días del año, incluidos los fines de semana y festivos. Quienes asisten no deben registrarse ni pagar nada, más allá de hacer un pequeño donativo si así lo desean. De hecho, de esta forma es cómo se financia este colectivo, que suele reunirse en parroquias y centros cívicos.
Entidad de ayuda a los familiares
Aparte de Alcohólicos Anónimos, existe otra entidad hermana dedicada a los familiares de personas con dependencia al alcohol. Se llama Al-Anon y en Cataluña tiene 35 grupos de ayuda mutua. “Hablamos de cómo nos afecta la enfermedad de nuestro familiar, pero también de los cambios de actitud que podemos hacer para que se dé cuenta de que tiene un problema”, explica Mª Carmen, su directora.
De hecho, el alcohol es la droga que causa “más daños a terceros”, según el subdirector general de adicciones del departamento de Salud. No sólo a los familiares, sino también por “los accidentes de tráfico y la violencia”. También asegura que provoca hasta 200 enfermedades. Entonces ¿por qué el departamento de Acción Climática de la Generalitat hizo una campaña de promoción del vino catalán en 2023? Después de una pausa, el doctor Colom contesta: “Vivimos en una sociedad donde hay constantes contradicciones. Yo sólo puedo responder por lo que hace el departamento de Salud”.