Fin de Año después de la DANA: "Debemos celebrar que estamos vivos"

Vecinos de Paiporta y Catarroja dan la bienvenida al 2025 en fiestas improvisadas entre el rastro de barro

Vecinos de Catarroja celebrando la Nochevieja en un edificio donde es visible hasta donde llegó el agua de la DANA.
Maria Xinxó Morera
01/01/2025
7 min

PaiportaEstamos en Paiporta en una confluencia de calles peatonales. Donde hace dos meses el agua corría desbocada, ahora los vecinos han colocado un árbol de Navidad, lleno de luces y notas colgadas que les han enviado escuelas de todo el Estado: "Esperamos que pase unas felices fiestas, a pesar de lo que ha vivido. Muchos ánimos ", "Vamos, que es Navidad", dicen algunos de los mensajes. Los papeles todavía se pueden leer, aunque están mojados, porque hoy en Paiporta llueve. "El 29 de octubre no cayó ni una gota", recuerdan Mònica y Jordi, mientras pasan por delante de'una de las calles más castigadas de la zona cero. Van cargados con una carretilla de la compra: "Llevamos pizzas, patatas y cotillón, tenemos que celebrar que estamos vivos". Cuentan que se marchan unos metros más allá "a unos bajos destrozados", donde han quedado con otras cuatro familias para decir adiós, buen viento y hasta nunca al año de la DANA.

En casa de Carlos, en cambio, no se hará nada para Nochevieja. "Mis padres no están por fiestas", sentencia. Desde que el barro y el agua lo arrasaron todo, viven en alquiler. En su piso —que nos enseña como un tesoro— no pueden vivir. Aunque "sin ninguna ayuda gubernamental" se han gastado dinero, todavía está todo boca abajo y las paredes rezuman humedad, como si la DANA se resistiera a marcharse. Pienso que no hace falta que se esfuerce: viendo tal y como están las calles y las casas, cuesta creer que puedan volver a ser lo que eran aquel martes antes del temporal, pero aunque lo consiguieran, aunque se limpiaran y se rehicieran físicamente todos los espacios, la tragedia ya ha quedado tatuada para siempre en las vidas de todos ellos. "Gracias a Dios, ese día mi padre estaba ingresado; si no, estoy convencido de que no podríamos contarlo". Quien iba a decirles entonces, cuando todo eran preocupaciones por la fiebre de Pepe, de 80 años, que la piedra que le había perforado la vesícula les salvaría la vida. "En 2025 le pido salud y un gobierno, sea de derechas o de izquierdas, como Dios manda", me lo dice mientras Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, hace el discurso de Año Nuevo. El azar, a veces, es caprichoso.

Carlos mostrando la columna y la posición en la que su madre pasó cuatro horas y que le salvó la vida.

El ritmo de las obras

En la casa de enfrente, no se ha salvado más que una baldosa con el escudo del Valencia y una buganvilla, que todavía está manchada de barro y que es una de las joyas de la corona de la Concepción, una amante de las plantas. Su hijo, que también se llama Carlos, ha alquilado con unos amigos el local de la peña valencianista de Paiporta para poder realizar las campanadas. Pero antes de ir sigue trabajando en la casa donde hasta el día D vivía con su madre. "Era de mis tatarabuelos", me dice orgulloso. Es músico e instalador de aires acondicionados, pero ahora se ha cogido la baja para convertirse -qué remedio- en paleta improvisada y volver a dejar la vivienda tal y como era: "Sin lujos añadidos". Realiza las obras a ritmo de November Rain, de Guns N' Roses; Los lunes de octubre, de La Fuga, y Bohemian Rhapsody, de Queen. Me lo imagino cantando a corazón que quieres el "mamma, uuuuh", mientras engorda los tabiques y piensa en la suya, de mama.

Las paredes aguantan, pero no todas. Lo que no se ha movido ni un milímetro son las dos columnas griegas que parecen sacadas de una Acrópolis en miniatura y que su madre hizo colocar hará ahora "siete u ocho años, cuando hizo una reforma" . Aquella fascinación helénica de la Concepción fue su salvavidas, literalmente. Cuando el agua entró en tromba en la casa familiar, cuando el sofá, la tele y todos los utensilios cambiaban de aposento al compás de las corrientes, ella logró aferrarse a una de estas columnas. Estuvo más de cuatro horas, hasta que unos vecinos pudieron rescatarla. Carlos se maldice por no haber sido y por no haberla podido ayudar esas horas fatídicas. Pero ahora está compensando la culpa y el dolor con horas y horas de trabajo. Conchín, así es como le llaman en el entorno cercano, apenas ha regresado al pueblo, en estos dos meses. Cuando lo hace, "entra en casa, llora y se va". Su hijo quiere conseguir lo antes posible, devolverle su hogar. Mientras tanto, me repite como un mantra, y como si todavía no lo creyera, "la puedo tocar, la puedo abrazar y la puedo oler, eso es lo más importante que tengo para este 2025". Y tiene razón: en esa calle, me dicen, murieron siete personas. En cada puerta hay una historia. En cada puerta hay un reproche en 2024.

Jóvenes de Paiporta celebrando la llegada del 2025 haciéndose una selfie en un local con restos de barro de la DANA en las paredes.

Las esperanzas de 2025

Se acercan las 12 de la noche del 31 de diciembre. Es ese momento en que inevitablemente todo el mundo hace balance del año que acaba y proyecta el futuro de lo que apenas comienza. 2025, tienes trabajo aquí. Aunque bien mirado tampoco necesitas ser demasiado espléndido, sólo que seas normal ya serás mejor que tu predecesor. "Yo quiero un año tranquilo, que no pase nada". Lo pide Emma, ​​que charla con sus amigos, todos ellos con los 18 años nuevos de trinca, como sus carreras universitarias que apenas habían empezado cuando la DANA les dio la vuelta la vida como un reloj de arena roto. Viven todos en Catarroja y el plan para la última noche del año era ir a Valencia, a la plaza del Ayuntamiento, donde realizan las campanadas. La lluvia les ha hecho desdigar y han bajado con las familias, vecinas todas de la misma zona, en una antigua tintorería destartalada que, como todo, quedó enterrada de barro. La han arreglado a toda prisa para poder hacer juntos el cambio de año y hoy la reestrenan. "Nos conocemos todos desde que compramos los pisos, hace más de 20 años. Los niños han crecido y nosotros nos hemos hecho muy amigos", me explica Clara. Celebrar juntos el Año Nuevo es una tradición de hace mucho tiempo para ellos, pero este año nadie se había atrevido a proponerlo hasta tres días antes. "No teníamos ganas, pero al final lo importante es que estamos juntos y que podemos explicarlo".

La puerta de una casa en la que murió un hombre víctima de la DANA en Paiporta.
Mensajes de ánimos colgados en el árbol de Navidad que han instalado vecinos de Paiporta.

Solían contratar un catering para noches como la de hoy, pero en esta ocasión han improvisado y cada uno ha traído algo: pizzas, pollo, pica-pica, gambas... Ángel, el dueño del local, se acababa de hacer una cocina en este espacio y soñaba con poder compartirla con todos ellos el 31, "pero no ha podido ser", me dice mirando al fondo un gran agujero en la pared que hizo el agua y que todavía no han podido tapar. Hace frío. Yo llevo tres capas de ropa y una de las chaquetas que tengo que más me abriga y, sin embargo, tiemblo. Tengo dudas de si es por las bajas temperaturas o por lo que me cuentan. El horror todavía se palpa en sus caras, aunque se esfuerzan en hacerle marchar a base de sonrisas. Tampoco querían que DANA fuera el centro de la cena, pero no lo han podido evitar. Todo va a parar ahí porque nada es normal desde el 29 de octubre.

Un truco de magia

Entre vídeos, fotografías y relatos de lo que vivieron y todavía sufren aparece Juan. Lleva botas de agua, unos vaqueros y un polo negro. No podríamos decir que se haya mudado en Nochevieja, pero su indumentaria rai. Me pone delante de los morros cuatro cartas gigantes, tres blancas y una con un as de picas. Me las mezcla como quiere y me hace elegir donde está la carta tintada. Me fijo como si estuviera delante de un trilero de la Rambla de Barcelona, ​​pero no consigo encontrar la carta ninguna de las veces. Al final se quita no sé cuántos ases de la manga y sueño en lo bien que habría ido que todo lo que ha pasado fuera sólo un truco de magia, una mala ilusión, pero no, es bien real. "Mago Juan Altea, búscame en Instagram", me pide. No deja de hacernos juegos. "Quizá éste no me salga bien, que he bebido", se excusa previamente. Pero nunca se equivoca. Aplausos míos y de todos. Se ríen, se abrazan y algunos se emocionan de vez en cuando, como Pepa. No ha cenado con ellos, porque lo ha "perdido todo" y está "de ocupa" en casa a su hija. "Tengo una angustia que no me deja vivir", me relata poniéndose las manos en el cuello, como si quisiera arrancarse la ansiedad en tiras. "Yo quiero salir adelante, no soy cobarde, pero cuando ves que han pasado dos meses y que no llegan las ayudas, te desanimas". Le han insistido mucho en que bajara al menos a hacer las campanadas, y al final se ha animado. "He hecho el esfuerzo".

Vecinos de Catarroja celebrando la Nochevieja en el local de su edificio, afectado por la DANA.

Faltan pocos minutos para realizar el cambio de año y alguien enchufa un televisor. Veo de salpicadura a Cristina Pedroche. Reparten vasos de plástico con los 12 uvas, también para nosotros. Se ponen entre ellos algún sombrero de purpurina y una corbata iluminada donde dice Happy New Year. Se colocan en semicírculo, en torno a la tele, aquella que durante días no funcionó, porque el 29 todo se detuvo. Ni luz, ni agua ni nadie que les contara qué estaba pasando. Aislados, sin tener noticias unos de otros durante días. Más angustia. Suenan los cuartos, y sin tiempo para prepararnos ya toca empezar a tragar las uvas, menos Pepa, que come granos de mandarina. Siempre tengo la sensación de que en las campanadas todo pasa demasiado deprisa, no hay tiempo para tragar un grano de uva que tienes que coger otra. Como el agua que va a arrasarlo todo en segundos. "¡Feliz 2025! Nos merecemos lo mejor", grita una. "¡Y que pague el Consorci!", remacha otro. Las malditas ayudas, que en el 2024 no se han dejado ver y que en el 2025 no deberían tardar en llegar.

No han pasado ni cinco minutos de las 12 de la noche que veo cómo empiezan a organizarse de nuevo. Cantan el Por muchos años, a Pepa, que hoy cumple 74. Nació en Catarroja, en casa —"antes no nacíamos en los hospitales"—. Podría ser la primera niña de 1951, porque vino al mundo cuando le acababan de sacar el precinto al día 1 de enero, pero antes tampoco se miraban estas cosas. DANA no ha respetado la casa donde nació y donde vivía su madre, ya mayor. Pero la vida sigue. Y ellas están vivas. Es el mejor regalo que en 2024 les ha dejado para este 2025. Por muchos años, Pepa. Por muchos años a todos los que se pueden explicar.

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